viernes, 23 de enero de 2009

LA LUJURIA DEL BIDASOA I (1997)

Los lehendakaris, como todo el mundo sabe, deben cenar cocina vasca sólo. Ya sea la tradicional ya sea la nueva, pero cocina vasca por los ocho costados. Sin embargo, a este lehendakari se le ocurrió ir a cenar en un restaurante chino. Era el cumpleaños de su quinceañero chaval que insistió en ello. Y allí, en el chino, tomándole la comanda, estaba sonriente, impecable, el japonés.

Un lehendakari no tiene por qué distinguir a un chino de un japonés. Pero apenas una semana antes, el lehendakari había inaugurado La Lujuria del Bidassoa, S.A. una fábrica de sucedáneo japonés de angulas bidasotarras. Con subvenciones millonarias de las comunidades autónomas afectadas y ayudas financieras de las diputaciones forales, se había instalado una fábrica espectacular en plena zona industrial, en el declive entre la carretera y el río fronterizo. En ella, metiendo pescados poco apreciados en una especie de picadora electrónica, se producían fideos bicolores que iban a sustituir a las angulas, esas angulas que algunos abuelos aún se empeñan en pescar junto a la Isla de los Faisanes.

El lehendakari, vestido como un donostiarra la víspera de su fiesta patronal pero sin el barril, había recorrido las inmaculadas instalaciones tan inmaculadas como su cocineril atuendo, en unión de quien le habían presentado como el ingeniero japonés responsable del know how, del intérprete y de los dos industriales promotores de la idea. El lehendakari intentó hablar en vascuence con el ingeniero japonés, porque un tío suyo jesuita, hablando despacio euskera, se había misionado aquellas lejanas tierras años ha. Pero el japonés sólo le sonreía y le daba la mano con una inclinación reverencial. Al día siguiente, la prensa afecta había recogido la foto del presidente autonómico y del ingeniero japonés en uno de aquellos apretones con un explicativo pie de foto, suscitando el enfado de los otros cargos políticos vascos que llevaban algún tiempo sin poderse retratar con un alemán, un ruso o cualquier otro foráneo que pareciese confiar mínimamente en nuestro país.

El mosqueo del lehendakari con el servicial oriental fue tremendo. No pudo comer ni un rollo de primavera. El camarero, aterrado por las furibundas miradas que el lehendakari le echaba, se refugió en la cocina y no salió hasta que el escolta armado con un Deia, doblado por la foto de la inauguración, le hizo salir al comedor...

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