domingo, 9 de julio de 2017

REBANADA DE VERANO

Maitane no tenía en su piel la biblia en verso tatuada pero casi, unos piercings señalaban todos y cada uno de los promontorios y depresiones de su cuerpo, al menos en la parte que un escueto tanga blanco dejaba al descubierto. Había llegado a la playa de la Zurriola y había establecido un reino de toallas y pareos en su entorno como era su costumbre. Una especie de medio novio medio bufón compartía el minifundio en la arena ardiente y se apartaba cada vez que se acercaba alguien a aquel dominio temporal a rendir pleitesía, después de cumplir su función de extender la crema protectora estrictamente donde ella no podía alcanzar con sus manos. Maitane aceptaba la adoración de jóvenes de ambos sexos que se le acercaban con cierto aire de pagafantas a robarle unos instantes de su dedicación al cancerígeno natural.
Murray bajó a la playa con su más pequeño descendiente, provisto de cubo, pala, pelota de rugby playera, gorras, bañadores, crema superprotectora al máximo y todas las instrucciones de la madre de la criatura, cuando la tarde soleada ya empezaba a ser más soportable. Encontró para establecerse un hueco entre el límite de la marea y el límite de la música reggaetón que los nuevos vascos difundían con sus aparatos para vengarse del trato que Lope de Aguirre y otros ancestros de por aquí infligieron en el pasado a las tribus indígenas de su procedencia. Una vez extendida su toalla, ésta tenía una frontera común con el feudo de aquella joven cuya cara, no las tetas perforadas por dos palillos metálicos a la altura de los pezones, le sonaba algo, quizá una andereño de alguno de sus hijos o una empleada de la caja de ahorros del barrio o la cajera del supermercado… el caso es que no saludó a Maitane que ignoró completamente su presencia.
Mientras el vástago correteaba por aquí y por allí, los ojos de Murray iban de la obligatoria vigilancia de los riesgos infantiles de su izquierda a la borrosa lectura de los tatuajes de la fémina de su derecha, de la indiferencia por los incordios que el niño podía causar a otros usuarios de la polución acuática de la orilla de su izquierda al interés científico por la enumeración de los objetos perforantes que se podían identificar en el cuerpo turgente de su derecha.
Confortablemente instalado bajo su ridícula sombrilla, poco a poco empezó a sentirse incómodo, cuando un pitón de miura empezó a empujar el textil de su bañador para probar su resistencia al desgarro a la altura de su entrepierna, hasta que llegó un momento en que fue consciente que se encontraba en situación de ganar el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival de Cine Porno de su Litzartza natal si existiera. Y entonces fue cuando llegó el niño corriendo y gritando:


- ¡Levántate, aitá! ¡Que la amá viene por ahí a buscarnos y no nos ve!

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