miércoles, 12 de julio de 2023

LA INFALIBILIDAD DE LA VÍCTIMA


Ser víctima de un delito no convierte a esa persona en héroe, santo o notario. El trauma padecido no le hace otra persona, es la misma persona pero que ha sufrido un mal causado por otro, por el delincuente o por el otro delincuente, si la víctima era antes delincuente a su vez.

Es indudable que la sociedad vasca, salvo excepciones, culpabilizaba a las víctimas de ETA, el comunicado de los asesinos echaba una capa de mierda sobre la víctima que era aceptada como dogma de fe por la cobardía endémica de los vasquitos de bien y, antes del comunicado, el « algo habrá hecho » ya atufaba todos los « txokos » del País desde Abando a Zumárraga.

Los delitos sexuales también cuentan con su buena dosis de culpabilización de la víctima, desde « qué hace borracha a esas horas por las calles oscuras » al « qué espera enseñando lo que enseña » y además se ceba en la mujer, a la que se le infunde la contradictoria educación de ser zorra para su macho poseedor y santa virgen inmaculada para los demás.

Pero el péndulo social nos está llevando a que las víctimas tengan unos privilegios que carecen de fundamento. « Incluso la virtud debe tener límites » dijo Montesquieu en francés. Y el ciudadano o ciudadana víctima de delito no se transforma en un ser virtuoso en todas sus facetas, vamos, que una víctima puede ser un redomado malvado capaz de todas las tropelías, abusos y mentiras, como la práctica de la abogacía nos enseña todos los días en las salas de juicio donde asistimos a testimonios que contradicen el sentido común o las leyes de la física de labios de víctimas y no sólo de víctimas en accidentes de tráfico.

Las víctimas de ETA, por primer ejemplo, son paseadas en procesiones mediáticas, audiovisuales y políticas que nos causan nauseas pero que son aplaudidas por ignorantes rebaños de borregos dopados por los manipulados medios de difusión. Y lo peor es que algunas de esas víctimas alcanzan una especie de  orgasmo delante de cualquier micrófono que les crea una adicción a la procesión, apareciendo una y otra vez en telediarios y titulares… no tengo ninguna esperanza que las voces sensatas, que también las hay, reconduzcan este akelarre a la solidaridad y el apoyo social que la ética exige al pueblo en este caso.

Las víctimas de los depredadores sexuales y de los violentos machos también pueden mentir, manipular, chantajear, coaccionar, delinquir… como usted y como yo, ni más ni menos. La revolución feminista que sigue inacabada, sin embargo, parece que permite todo a las víctimas, verdaderas estrellas del feminismo militante y el « yo si te creo » se ha tatuado en todos los pechos que se sacan a pasear en las ocasiones, por desgracia frecuentes, en que hay víctimas de violencia de género y/o de violencias sexuales. Creo que Saint Just dijo « Todo debe estar permitido a los que van en la dirección de la Revolución » pero la ética exige lo contrario, que la revolución se haga con libertad de quienes la hacen y de quienes la soportan, con respeto a los derechos de todos los ciudadanos. El deber de la revolucionaria es sumar apoyos en la marcha que ha emprendido más que guillotinar a quienes no están convencidos de su necesidad pero tampoco soy optimista al respecto.

Todas las victimas pueden educar, como Maixabel Lasa nos lo ha mostrado estos años. Necesitamos educarnos de las víctimas, por las víctimas, por todas las víctimas pero la educación es larga, costosa y no puede estar sujeta a estos vertiginosos ciclos electorales que el poder, el verdadero poder, nos impone.


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