lunes, 21 de diciembre de 2009

EL PINTXO EN GROS

Hoy día de Santo Tomás he tomado una banderillas por Gros y me he acordado de algo que está fechado el 28 de octubre de 2000:

Ella y él se conocieron durante las vacaciones de verano. Ella le dijo que le encantaba Donostia, que le traía recuerdos de sus veraneos de la infancia y él le invitó a venir un fin de semana, lo que provocó que, para un puente del otoño, ella le llamara recordándole la invitación.

El viento sur peinaba el tupé de las olas en la Zurriola de aquel festivo cuando él le enseñaba la playa, los cubos… en un paseo lleno de cuentos juveniles, de recuerdos deformados y de risas tontas como todos los paseos en que se sobreentienden deseos estratégicamente postergados.

Le condujo al Aloña-Berri para tomar pintxos y para tomar una posición en la empatía que notaba cada vez más sólida que le permitiera el avance final. El bar estaba lleno y se colocaron muy ajustados junto a la puerta de la cocina. Él le pidió a José Ramón un par de blancos y unas brochetas de rape para empezar. Con un acelerado movimiento automático el patrón les puso la bebida y arqueándole una ceja con una señal de la mirada le indicó a alguien detrás de la columna al otro lado de la barra. Él retrocedió un paso para observar y la reconoció enseguida, aún de espaldas. El estómago se le hundió contra el diafragma pero su acompañante, explorando las joyas de la barra, no advirtió nada.

La tenía que reconocer forzosamente, aquella relación le había dejado marcado. Cuando la empezaron, él tenía la sensación de que otros giraban como buitres en torno a aquella mujer, luego su percepción se fue modificando y advirtió que ella creaba un sistema planetario centrado en su persona. Se dio cuenta que su posición era temporal y demasiado pronto se vio compelido al exterior de aquella galaxia. Se había negado a permanecer en órbita como los anteriores cuando fue sustituido por otro aprendiz de Icaro y no había pasado de la categoría de cometa.

Él deseó que su pesadilla –así le llamaba cuando era la mujer de sus sueños-, no hubiera advertido su presencia, por lo que se concentró en atender a su acompañante con todas sus facultades. Oyó que pedía las llaves de los servicios, olió su perfume cuando pasó a su lado y reconoció la contundencia de sus pasos al bajar del baño, no pudo evitarlo y se volvió. Se miraron ambos y luego las dos mujeres se hicieron mutuamente una tomografía axial computerizada en un instante pero se guardaron el resultado en su interior por el momento.

Las convenciones les permitieron un saludo civilizado, las presentaciones superficiales y los sonrientes “a ver si hablamos” para lidiar aquel encuentro. Esperó que saliera por la puerta para pagar lo consumido. Tuvo la sensación que había una equivocación al cobrarle y fue a decirlo pero José Ramón le dijo: - ¿Qué? ¿Estaba todo muy rico? Y comprendió que no tenía nada que decir.

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