sábado, 17 de junio de 2017

KABRA

Las últimas palabras de Iñigo, dirigidas a su hermana y sobrinos, fueron: ¡Idos a la mierda! Y, dicho esto, expiró. No encomendó a nadie su espíritu, él sabía que el definitivo tercer tiempo empieza en el no ser y es ya el no ser. Solo nos queda su memoria y, en esa memoria, sus últimas palabras.
Le había visitado la víspera en la Unidad de Cuidados Intensivos, apenas media hora de intercambio de miradas vidriosas, la morfina en sus venas, la emoción impotente en mis ojos, expresarle el cariño con una caricia -los hombres también se tocan cuando quieren expresar afecto-, peinarle con los dedos, estaba guapo como un quijote marchando hacia la catástrofe, estaba limpio como nunca le había visto… hacer planes con los colegas del 50º aniversario de la re-fundación del rugby en Bilbao, de la próxima vez que Tonga volviera a jugar por aquí y, sobre todo, de su nieto cuando venga a estudiar y a ser un nuevo “Kabra” en la melé, esas cosas que se dicen porque hay que añadir sueños a las medicinas, mentiras necesarias más para quien las dice que para el náufrago arrastrado por corrientes y oleaje a la orilla, a la última orilla.
- ¡Tu vienes a morirte, cabrón! -Le dije cuando me anunció su regreso desde Tonga-.
- No, Yeti, que no. Que aquí la medicina es una mierda y allí me puedo curar para regresar a vivir con mi hijo, mis nietos, mi familia…
Y vino, vino como se había ido, discretamente, sin molestarme, alguna llamada, conversaciones en las terrazas de la ciudad, paseos al sol, historias viejas repetidas, omisiones voluntarias de pasados a olvidar… buscando un hueco donde lo acogiesen, liando amistades nuevas, volviendo a liar amistades viejas, así anduvo este último año largo.
Supongo que empezó a naufragar en la vida desde muy joven, la incoherencia voluntaria de sus relatos lo revelaban, y que, de naufragio en naufragio, sobrevivió más allá de todo Cabo de la Buena Esperanza que fue doblando, burlando hasta ahora las estadísticas, hasta ascender a la leyenda de la memoria en que ahora se ha convertido, solo de la buena memoria y que nos permitirá contar nuestro encuentro con él, sonriendo, hasta que el inevitable árbitro nos toque también a nosotros el final del partido.
Gracias Iñigo, gracias por haber sido mi amigo.


Iñigo Echevarria Basterrechea (Donostia 1949 - Donostia 2017)

1 comentario:

Unknown dijo...

Mi recuerdo emocionado hacia él y no puedo dejar de asociar el recuerdo de Iñaki Maidagan.
Un abrazo para los que aún aguantáis. Germán