domingo, 13 de diciembre de 2020

LA SIESTA EN CASA DE LOS PADRES DE MIKEL (VI)

Esto empieza en

Viene de 

Mikel condujo el coche hacia una vieja fábrica de Pasajes Antxo, a lo largo de su oscuro muro había un aparcamiento donde algunos otros vehículos ocupados por parejas de enamorados ya se encontraban, Mikel tuvo que parar en una zona de tenue penumbra, apenas una cercana bombilla iluminaba la zona. Allí Mikel estuvo un rato besando el cuello y las orejas de Zulema, que suspiraba y entornaba los ojos, antes de indicarle a la joven que estarían más cómodos en el asiento de atrás. Efectivamente, como parecía que era su función desde su salida de fábrica, el vestido rojo dejó de tapar los senos de Zulema que recibieron un tratamiento suave de caricias y besos, ella respondía con más suspiros y devolución de besos en las orejas y caricias en la nuca y cara de Mikel. Una mano de Mikel exploró debajo de la falda con cierta prisa, en realidad el vestido ya estaba enrollado más que otra cosa a la altura de la cintura de ella.

- No pienso perder la virginidad en la parte de atrás de un coche.

Mikel, que ya se había aflojado la hebilla del cinturón, se detuvo. Ella siguió con un tono que daba opción a pocas réplicas.

- Ya que he llegado virgen hasta aquí, pienso seguir siéndolo hasta que me una al hombre de mi vida, creo que ya te lo he repetido antes.

Y Zulema, saliendo de debajo de él, se sentó y empezó a poner un poco orden en su pelo y ropa, esto es, a desenrollar el vestido. Su voz autoritaria había sorprendido al abogado. Mikel se disculpó y juró que nunca haría nada que ella no quisiera. Ninguno de los dos fumaba mucho pero Mikel tenía un paquete de rubio americano en la puerta y los dos fumaron un rato en silencio, mirándose a los ojos en la tenue, muy tenue, iluminación que llegaba al interior. Zulema bajó la ventanilla, hacía frío fuera y se había puesto a llover, y se deshizo de su pitillo sin acabarlo, estalló en una carcajada.

- Lo siento, cariño.

Y, poniéndose a cuatro patas, empezó a darle besitos por toda la cara, incluso en la comisura de los labios, Mikel daba chupadas a su cigarrillo y sonreía, una mano de Zulema bajó a su bragueta, la erección había desaparecido, ayudándose de las dos manos, ella prosiguió buscando y logrando sacar de su refugio aquel gusanillo de Mikel y empezó a acariciarlo suave pero inexpertamente, Mikel reaccionó indicándole con su propia mano el movimiento de suave ordeño y acariciándole nuevamente en el interior del escote. Poco a poco la virilidad fue enderezándose y ella aproximó su boca con más curiosidad que otra cosa, incluso sorprendiéndose de lo que estaba haciendo y como si su mente observase desde cierta distancia lo que sus labios y lengua estaban haciendo. Zulema se acordaba de los puros pequeños que se repartían a veces al final de las comidas en el restaurante, la sensación no era desagradable pero prefería lo anterior cuando ella era el objeto pasivo de la pasión de su compañero. No duró mucho, unas gotas pastosas, el gusto de yogurt caducado, muy caducado, sin azúcar era soportable, quizá porque el pintalabios le cambiaba algo ese gusto, pero Zulema escupió a un pañuelo de papel -¿De dónde había salido el oportuno pañuelo? Pensó - , y fue limpiando lo que iba saliendo del pequeño surtidor. Mikel, por su parte, llevaba un rato en éxtasis, la belleza de aquella virgen morena dándole tal muestra de amor superaba el propio placer que sentía y cuando las primeras gotas intermitentes salieron impulsadas por la naturaleza, dijo quedamente:

- ¿Te querrás casar conmigo?



A la mañana siguiente, mediodía de domingo, su madre despertó a Zulema entrando en la habitación con un ramo de rosas rojas.

- No sé a qué horas has llegado pero… me parece que alguien te debe estar muy agradecido.

La tarjeta solo decía “Un beso, Mikel”. Y la agenda de Zulema cambió a partir de entonces, estudiaba las oposiciones todo el día, el viernes iba al preparador que era un funcionario judicial ante el que tenía que recitar los temas preparados, todos los días hablaba por teléfono una hora con Mikel después de cenar hacia las 10 de la noche, su padre había prolongado el cable de la sala a la habitación con un par de metros de hilo que un amigo le había regalado, el sábado a la tarde salía con Mikel, que siempre llegaba con algún regalo, que si un pañuelo, que si un bolso, que si unos pendientes…  iban a tomar una copa, cenar algo y después un rato de sesión de caricias en el coche. Aunque la obsesión de Mikel con su virginidad persistía, éste no intentaba siquiera acabar con ella. Zulema fue al médico, tanto Laura como Mikel le recomendaron el mismo ginecólogo, y empezó a tomar la recetada píldora anticonceptiva en cuanto fueron las fechas propicias.

Como a la cuarta o quinta semana, Mikel le propuso pasar un fin de semana juntos que ella aceptó.

- Tú sabrás lo que haces – le dijo su padre, su madre no dijo nada y le preparó un bolso de viaje -.

La aceptación había sido condicionada a que él no le exigiría la desfloración todavía, le encantó la palabra “desfloración”, a pesar de que Mikel insistió que en realidad era una “floración”, que las mujeres florecían una vez que se habían desprendido del virgo, pero Zulema tenía la idea de unir el acto en sí al compromiso definitivo, lo que en derecho civil es un “do ut des”.

El fin de semana fue un éxito en aquel juego de la oca cuyas reglas fijaba Zulema, Mikel avanzó bastante, la cena en Tafalla y la cama en el Parador Nacional de Olite contribuyeron, pero, antes de llegar a la casilla que ansiaba, Zulema le hizo retroceder a la casilla de partida.

Mikel había llevado dos máquinas de fotos, con una le estuvo retratando en cuantos monumentos y paisajes visitaron y algún otro turista que pasaba les fotografió juntos, la otra máquina era una polaroid que revelaba las fotos inmediatamente con las que hizo algunas fotos de ella, sin que se le viera la cara en la imagen, desnuda en el interior de la habitación. Ella se sintió verdaderamente deseada con la petición de Mikel de que posara dejando al descubierto el triángulo negro de su púbis, tuvo una sensación internamente tan agradable que, después de hechas las fotos incluso le costó atenerse a su idea de retrasar “la consumación de su unión”, esto también le gustaba oír y Mikel lo repetía. También le aseguró que eran imágenes para sus ojos solo.

Mikel guardó aquellas fotos cuidadosamente, una en su billetero de cuero junto a su tarjeta de crédito dorada, las otras dentro de un sobre en un cajón de su mesa de despacho junto con fotos anteriores del mismo tema de novias anteriores. A veces, a solas, las extendía sobre la mesa y se excitaba. Además de masturbarse se las enseñó, bajo secreto jurado, a un par de socios y a algunos amigos.

Continuará

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