viernes, 6 de noviembre de 2020

LA SIESTA EN CASA DE LOS PADRES DE MIKEL

El núcleo urbano de Donostia se extiende hacia el este hasta confundirse con el de Pasaia y éste se confunde con el de Rentería y Lezo. En los años 80 del siglo XX, cuando Zulema Arboniés acabó sus estudios en la Facultad de Derecho de la UPV, quedaban esparcidos núcleos industriales, fábricas y talleres, entre las viviendas que formaban mayoritariamente este conjunto de municipios cuyos límites se confundían.  

Zulema Arboniés era una veinteañera de constitución fuerte, esto es, Zulema no tenía cintura de avispa, estaba bien de peso. No era alta pero entre sus ojos oscuros y su pelo negro y abundante Zulema estaba bien, era bonita. Además tenía carácter, como su familia no podía pagar sus estudios holgadamente y sus notas no daban para una beca, había estudiado derecho y trabajado en hostelería a la vez. Estudiar y trabajar a la vez es duro y ella no había tenido tiempo para ocios y novios, además las hormonas le habían hecho pasar una adolescencia tranquila y el tiempo, a pesar de su indudable atractivo entre profesores, estudiantes y compañeros de trabajo, había pasado sin que su virginidad se quedara por el camino de su vida hasta entonces. En resumen, a los veintitres años de edad era licenciada pero tenía que seguir trabajando de camarera mientras se decidía por unas oposiciones u otras, la salida habitual de los titulados en derecho, ya que ni su familia ni ella tenían relaciones en el mundo de la abogacía como para conseguir una entrada en algún despacho de abogados.

La vivienda de sus padres en la que ocupaba una habitación ella sola, su hermano un par de años más joven ocupaba otra minúscula, era pequeña pero suficiente. En aquellos 60 metros cuadrados, como los otros pisos del barrio popular de Beraun en Rentería, vivían 4 personas, gracias a que un hermano más mayor se había casado y ausentado a trabajar en Bilbao.

- ¿Quieres ser pasante en un despacho de abogados? - le dijo su padre un mediodía, a la hora de comer, entrando en su habitación, donde ella estaba estudiando para una oposición de funcionario en la Diputación Foral -. Ahora, en febrero, no tienes trabajo y, si te cogen en un despacho, te ahorras empollar unos meses y empiezas a ganar dinero antes.

- Ya lo hemos hablado muchas veces, no conozco ninguna firma…

- Me he encontrado en la calle – le cortó su padre -...

- Será en el bar de la esquina – intervino la madre por detrás-.

- Me he encontrado con un tipo que fue jefe local del Movimiento en el pueblo hace años y al que conocía de unos líos que tuvo con mi empresa en aquellos tiempos, hablando y hablando me ha dicho que su hijo es el gerente de una firma de abogados muy importante de Donostia, Nemea Asesoría Jurídica, y le he dicho que tú estás interesada en hacer prácticas de abogada.

- Cobrando – añade la madre -.


- Lo importante es que Zulema ponga el pie dentro de ese mundo, cobrando o sin cobrar, el padre me ha dicho que los pasantes pagan por formarse en ese despacho pero que como es amigo mío le va a decir a su hijo que te coja gratis y tú puedes seguir trabajando de camarera. Y si no te cogen puedes volver a las oposiciones, si no a éstas, a otras.

- A mí me gustaría ser juez – la estudiante cierra los apuntes y archiva las fotocopias -, pero los abogados deben ganar mucho más.

El teléfono de la casa sonó al rato. El viejo conocido le dio el nombre del despacho y el teléfono de contacto de su hijo Mikel, informando que ya había hablado con él y que Zulema le podía llamar, como así lo hizo a la tarde. 

Zulema pensó, después de hablar con él, que Mikel Legarreta era un petulante porque le anunció que no le iba a recibir él sino el responsable de formación de pasantes en la firma, un tal Sebastián Nivelle, y que iba a tener que firmar previamente una renuncia a considerar que su estancia en el despacho le iba a dar derecho alguno en el mismo, todo ello en un tono de superioridad engolada y sin permitir réplica alguna, además le indicó de estar a las 9 de la mañana en punto en la recepción del gabinete. Zulema se aguantó las ganas de no ir, porque mientras asentía al teléfono, su madre le miraba con ojos inquietos.

Y al día siguiente fue, vestida de oficinista de ministerio de un oscuro país de Europa central...

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