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El pequeño zorro de piel dorada, casi albina, sale corriendo con una salchicha en la boca, un cocinero que tiene pinta de boliviano se ríe en la puerta de la cocina del Hotel de Llanos del Hospital. Jon y Coro, los Galtzagorri, se desperezan mientras se ajustan las botas en el amanecer, el sol está oculto en las cimas del este, hay rocío más que escarcha en los matojos, están llegando coches y algún autobús al aparcamiento pero la pareja ya está cruzando el arroyo buscando el sendero que remonta hacia el oeste por la cara sur de la colina, a sus espaldas las Maladetas y el padre Aneto aún no asoman, las estribaciones del macizo que empiezan a iluminarse los ocultan, se prevé un día soleado y caluroso.
La senda está bien marcada y se adentra en el Barranco de Literola, no hay remontes, los michelines y las posaderas se notan más que las mochilas « de ataque » que ambos llevan, al atravesar el bosque ya están sudando, el sonido del agua invita a mear y a beber con frecuencia. Los jóvenes acelerados de una excursión les saludan en euskera mientras les adelantan pero enseguida se los encuentran reposando un instante junto a unas rocas, dos de las chicas de la excursión han desaparecido para satisfacer una íntima necesidad y los demás les esperan charlando en castellano. Aunque saben que a escasos minutos les adelantarán, Coro prefiere seguir valle arriba sin detenerse, siguiendo el río, el sendero es claro y los hitos de piedra los « caïrns » abundan, parecen cagadas petrificadas de algún animal jurásico, la pendiente se vuelve cada vez más pronunciada y el sol no tiene piedad de los montañeros, los insectos tampoco, el sudor, las cremas, los rododendros… ponen el ambiente olfativo, las marmotas silban y un par de rapaces parecen responderles desde su planeo en el cielo azul. Jon Galtzagorri que miraba en el bosque donde ponía los pies por no pisar alguna víbora distraída, ahora observa las rocas con detenimiento por si acaso hay alguna víbora bronceándose. Coro lee en su mirada lo que está pensando.
Pasan una cabaña, del Forcallo dice el mapa, y continúan subiendo, apenas son las 10 de la mañana y parece que caminan por encima de grandes palomitas de maíz buscando con la mirada el hito siguiente, hay alguna marca de pintura roja también, los tipos que las hicieron y los que las repasan de vez en cuando son admirables aunque lo hagan por adicción, no lo pueden evitar. El barranco señala el rumbo y llegan a un charco, el Ibonet de Literola según el mapa, la pendiente obliga a los dos montañeros a convertirse a la tracción a cuatro extremidades, los bastones percuten en las rocas, lo que seguro que aleja a las víboras, se tranquiliza Jon, pero llegan a un lago más grande, llamado por el dibujante Ibón Blanco de Literola, el circo que lo rodea invita a quedarse disfrutando de la panorámica pero todos los excursionistas, medio centenar o más, que les han sobrepasado, ya serpentean por el canchal que baja desde la cima. Coro recuerda en voz alta que la guía dice que aquí comienza « el tramo más exigente y empinado de la ascensión ». Ya no va a haber agua, hay que cargar con las cantimploras llenas para subir y bajar.
El camino es evidente, los precedentes lo han dejado señalado y además provocan inevitablemente que algunas piedras rueden ladera abajo hacia ellos, la grava, las piedras sueltas y el cansancio acumulado hacen la pendiente más fuerte y el terreno más incómodo, se intuye que la cima está cerca, como siempre en montaña es un espejismo porque, incluso cuando se llega a la cresta cimera y se ve la vertiente norte vertiginosa a los pies, hay que trepar una joroba, "falsa cima" dice la guía, antes de alcanzar la cumbre principal donde no hay sitio apenas entre los bloques de granito; la feria de ikurriñas, autorretratos e irrintzis parece inacabable a estas alturas, 3.222 metros sobre el nivel del mar Mediterráneo y más de 6 horas desde el primer paso de la ruta.
La vista de 360 grados de los Pirineos, el Macizo de las Maladetas con el Aneto hacia el sudeste, el Macizo de Posets hacia el sudoeste, el Valle de Estós a nuestros pies por el sur, el Circo de Lliterola aquí al lado como quien dice y un sinfín de valles, lagos, y cumbres al norte hacia la estribaciones francesas de la cadena por donde el Tour pasará uno de estos días – Francia existe para hacer bonito en las retransmisiones ciclistas mientras dormimos la siesta -.
Al parecer el grueso de los montañeros opta por el descenso desde el Pico Perdiguero hacia el Refugio del Portillon d'Oo en el « autre côté » y la cumbre se va quedando vacía, aunque no parece que pueda estallar tormenta, más vale ir bajando tranquilamente, haciendo algunas fotos y respetando las rodillas con la ayuda de los bastones, sin embargo, la bajada se hace en la mitad de tiempo, dejar los trastos en el coche, quitarse las botas, una primera cerveza en el bar del hotel y una segunda mientras Coro comenta la jornada :
- No hemos visto ninguna víbora en todo el día, deben estar todas en Madrid preparándose para los programas de la semana...