miércoles, 5 de agosto de 2009

EL DESPERTADOR

El despertador sonó a las 5,30 cuando aún era una noche oscura y lluviosa. Manu Majors se levantó y lo confirmó en la ventana. El Udalaitz privaba de horizonte a la villa de todas maneras. Ana se cambió de postura en la cama. Después de afeitarse y ducharse, se vistió, cogió el portafolios, apenas besó en el cabello a la dormida y se precipitó al coche. El viejo Rover le arrancó bien en el frío, tenía que llegar a las 6,30 al aeropuerto de Sondika y había perdido casi 20 minutos en salir de la cama y dejar atrás Mondragón. La radio del coche le puso al día de la pertinaz sequía de noticias esperanzadoras del pequeño país, no se podía adquirir optimismo ni en las rebajas que empezaban ese día en todos los centros de El Corte Inglés de toda España –del “estado español”, corrigió mentalmente, acordándose de la continua corrección de Ana-. Aparcó como pudo y fue conducido, solo en el autobús, al avión que temblaba en las ráfagas. El resto del pasaje ya se encontraba entibado y le miró con reproche, como si Manu tuviera la culpa de haberles arrojado de la cama para llevarles a las costas del Mediterráneo a aquellas horas. Sin embargo, despegó sin mucho retraso y el aterrizaje con un despejado día levantino, les animó a todos los viajeros, menos el abogado Manu Majors, todos –y todos eran hombres-, iban a alguna feria comercial imprescindible de visitar para sus industrias en aquella tierra de fenicios o de moros o de putas… así la calificó el imbécil de su compañero de asiento durante el vuelo. Llegaba con tiempo de sobra a la vista oral que tenía señalada entre las 10 y las 11. Desayunó en el aeropuerto mientras repasaba la carpeta. Su cliente había venido de Bilbao la víspera con un par de testigos y le esperaría en la puerta del nuevo edificio de los juzgados media hora antes del inicio. No había dejado nada al azar para aquel proceso y esperaba una rotunda absolución. Por si acaso le llamó por el teléfono móvil, todo en regla. El taxi que le acercaba a su destino tuvo que frenar con brusquedad porque la gente que esperaba la apertura de las puertas de los grandes almacenes, situados al lado del edificio judicial, invadía la calzada. Desde que dejó el taxi hasta que encontró a su cliente fue esquivando manadas al galope de hembras humanas, acompañadas de algunos machos de su especie -no todos resignados al parecer-, que se dirigían a satisfacer su sed anual de rebajas. Cuando llegaron a la sala de vistas no había comenzado el primer juicio, señalado a las 9 de la mañana y los abogados y sus clientes coceaban inquietos por los pasillos. A las 10,30 un agente judicial se acercó a la puerta y clavó un aviso con una chincheta. Se suspendían todos los juicios señalados entre las 9 y las 13 horas y el nuevo señalamiento se notificaría en legal forma. Las blasfemias, las imprecaciones, los rezos, los llantos, las risas no dejaban pensar a los letrados. Majors entró en la oficina judicial siguiendo al agente. Este se encontraba solo, las mesas abandonadas como si abducidas por extraterrestres las personas que las ocupaban hubieran desaparecido de repente. El agente le sugirió que esperase a la secretaria que vendría antes de las 14 horas con toda probabilidad porque él creía que estaba todo señalado para los próximos dos meses y no podría decirle cuándo se vería su asunto. Majors intentó animar a su cliente y a los testigos mandándoles a comer arroces y fideos a alguno de los restaurantes que conocía y como aún tenía tiempo les acompañó al centro de la ciudad. Luego se quedó solo y paseó junto a los modernos edificios que van surgiendo junto al viejo cauce del río, intentó ubicar el campo de rugby donde jugó en tiempos estudiantiles contra aquel equipo resabiado que mandaba el oval al agua para recuperar el aliento. También ha desaparecido el barrio de donde los universitarios salieron huyendo perseguidos a taconazos por mujeres de vida ahumada... Cogió un nuevo taxi y llegó a los Tribunales justo a tiempo para dejar paso a la Justicia que regresaba también a su Palacio, bien provista de bolsas y paquetes con las marcas tan reconocibles de los susodichos grandes almacenes. Archivo del 7 de junio de 2000

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