miércoles, 15 de diciembre de 2010

BISONTES DE CUELLO ROTO

En las praderas del rugby yacen los cuerpos de los jugadores que tienen que abandonar la práctica del deporte por problemas con su cuello. La retirada de Vickery, carismático pilar inglés, por tal motivo ha coincidido con la idéntica de un jugador escocés Evans –que jugaba de ala-, y se han suscitado nuevamente comentarios sobre los riesgos del rugby. A nivel local de forma parecida hemos visto frustrarse la trayectoria de alguna joven promesa no hace mucho tiempo.
A pesar de las modificaciones de reglas para proteger la salud de quienes forman la línea de impacto en la melé, estas lesiones no se pueden evitar absolutamente entre estos jugadores ni entre los demás, quizá porque la profesionalización está llevando a unas musculaciones inhumanas, quizá porque siempre ha sido algo inevitable y que el enfoque mediático sobre nuestro deporte pone ahora de más relieve, aunque a veces hemos preferido ignorarlo.
Se dice que los jugadores de primera línea, talonador y pilares, y los delanteros en general tienen estadísticamente menos lesiones de cervicales que los de la línea de tres cuartos, lo que se debe a una preparación muscular específica y a que sus choques son a velocidades menores mientras que un zaguero lanzado en carrera está más expuesto a que un placaje alto frontal le cause una lesión de este tipo.
Nuestra anatomía hace que de la columna cervical dependa lo esencial de nuestros sentidos y esta pieza vital es fundamentalmente móvil pero está relativamente desprotegida, por eso la preparación del rugbier tiene que tener en cuenta que en determinados puestos se le va a pedir soportar un castigo constante sobre esa parte y que tarde o temprano en cualquier puesto el juego se le va a producir algún movimiento por encima de los límites de movilidad ordinarios. Y además del trabajo previo, los servicios médicos en el campo deben estar bien preparados para prestar unos primeros auxilios eficaces en estas situaciones delicadas.

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