viernes, 18 de febrero de 2011

LA TABERNA DE ALTAMIRA

El Ampo Ordizia tiene dos jornadas muy difíciles delante que le pueden llevar a alcanzar su objetivo de ganar la Liga y además el último encuentro es contra su más directo rival en Altamira. La evolución del equipo en el nuevo campo de hierba artificial ha borrado las nostalgias de Trevijano de todas las cabezas, incluso tan duras como la mía, por eso, siempre que su juego no se embarulle improductivamente en los dos próximos partidos, la posibilidad de que la Liga Renfe tenga su última estación en Ordizia es ya evidente.

Pero quedan al menos 160 minutos que hay que disputar, como si los 1280 anteriores no hubieran valido para nada. Aunque han valido, han valido, entre otras cosas, para que el público del rugby en Ordizia haya madurado más, hasta ser ejemplar para quienes nos visitan, ejemplar tanto cuando anima como cuando calla o no responde airadamente a las provocaciones de quien no sabe comportarse –el Comité Nacional de Disciplina Deportiva de la FER debe sancionar contundentemente las incitaciones de los jugadores al público para evitar convertirnos en un deporte distinto- y ya admite que el arbitraje es una circunstancia más y que su nivel se corresponde al de nuestro rugby en el concierto europeo.

Un aspecto importante de cada partido en Ordizia es la presencia de la Escuela del club ante ese público y la electricidad emocional que con ello se genera entre los txikis, espectadores y jugadores, así que esta columna me está saliendo demasiado laudatoria para la gente del Goiherri –quizá me traiciona algún gen cashero con txapela que me queda- y en el último partido habrá que hacer noche en el aparcamiento para coger sitio en el estadio porque Altamira se va a desbordar.

¿Y la taberna de Altamira? Exasperante.

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