viernes, 26 de septiembre de 2025

BORRADOR DE HISTORIA 20

Imagen generada por IA

Este texto forma parte de la novelización de un guion de largometraje que nunca ha sido rodado.

La historia tiene un principio AQUÍ
 

A Aitor le llamaba la atención la discreción de Paulina en aquella cuadrilla de Hernani, era guapa, delgada, la más alta de las mujeres y de la misma altura que los hombres, vestía elegantemente sin ostentación, correctamente arreglada como corresponde a la mejor peluquera del pueblo, un pueblo en el que hay tantas peluquerías como tabernas, muchas. Paulina hablaba poco y con ello mandaba mucho, su marido hablaba mucho y no mandaba nada. A veces le comentaba a Aitor, delante de los demás, alguna incidencia legal de su negocio, casi siempre relacionada con las ordenanzas municipales de aparcamiento que afectaban al entorno de su establecimiento.

Una mañana que Aitor estaba en su despacho buscando alguna sentencia que iluminase un asunto que se le había atragantado, la secretaria le pasó una llamada de Paulina al teléfono fijo. Paulina le explicó que estaba haciendo unas gestiones de compra de tintes cerca de su despacho y que tenía ganas de ver sus instalaciones. Paulina subió al piso de oficinas, una serie de despachos de abogados en los que éstos compartían gastos y retretes en común con una pequeña secretaría en la que una madura recepcionista atendía visitas, teléfono fijo, fotocopiadoras, contabilidades y escritos de los abogados que no dominaban las teclas. El despacho de Aitor era espartano en mobiliario, abundante en libros y expedientes, un ordenador pasado de moda ocupaba espacio y un laptop que cerrado hacía de tablero para abrir los papeles de los clientes en el momento de las consultas y que abierto, como durante la visita de Paulina, era la herramienta de trabajo habitual del abogado. Paulina aprovechó la visita para enseñar a Aitor una reclamación que había hecho a un proveedor por una factura exagerada y para usar el baño, que estaba bastante limpio. Aquel día tomaron el aperitivo y Paulina le llevó a Hernani en su coche después. No hizo falta que lo acordaran expresamente pero ninguno de los dos comentó aquel encuentro a sus respectivas parejas. La conversación delante de las croquetas y el vermú derivó a confidencias de Paulina que siguieron en el trayecto sin prisa de vuelta a Hernani. La costumbre de cogerse un día de labor de asueto en la peluquería entre semana para hacer sus cosas por Donostia principalmente pero también por Bilbao o Biarritz con frecuencia llevó a que Aitor se ofreciese, siempre que su agenda lo permitiera, a invitarle al aperitivo o al café, dado que su céntrico despacho lo facilitaba. Prácticamente todas las semanas siguientes Paulina avisaba a Aitor con un breve mensaje la hora y el lugar en que estaba, rara vez Aitor no pudo disponer de tiempo para estar con ella, después de borrar cuidadosamente el intercambio de mensajes, más adelante Paulina le confesó que ella hacía lo mismo. Esta historia estaba escrita desde el principio pero los dos hablaban de sus respectivos convivientes con afecto y las protestas y comentarios por algunos de los incidentes de los que una y otro habían sido testigos eran infantiles, sin aflorar una necesidad de completar sus relaciones afectivas con una más, hasta que fueron a comer a Igeldo.

 Aquella semana Miren estaba de viaje por Madrid o Barcelona, era muy habitual que saltase de una capital a otra por motivos que nunca estuvieron muy claros. Y Aitor le propuso a Paulina ir a comer a un caserío, una especie de merendero por el observatorio meteorológico de Igeldo entre verdes prados por un lado y el horizonte del Cantábrico por el otro. Al entrar al comedor Paulina se empapó del paisaje y de la brisa yodada un rato dejando que Aitor discutiese con la patrona por la mesa, que no estando reservada, era muy difícil que pudieran acomodarse pero Aitor, que anteriormente había sido un cliente habitual de la casa, consiguió que les pusieran una mesa y junto a una ventana. Paulina se confiaba sobre sus gustos literarios ya lejanos, la peluquería y el hogar le impedían seguir leyendo con continuidad, su preferencia por las novelas románticas… Aitor no le interrumpía apenas. Estaban ya tomando el café, cuando Paulina con la taza llena en la mano, oscureció su voz para decirle:

- Y tú y yo ¿Cuándo nos acostamos?

- En cuanto acabes el café – la taza de Paulina derramó parte de su contenido sobre el platillo -, me han dado la habitación 11, no tiene vistas al mar pero espero  que no te importe.

Aquella primera vez, Paulina se durmió después de su primer orgasmo en mucho tiempo, que además le pilló de pie y contra el espejo del armario ropero que presidía la habitación, lo que le permitió ver la sonrisa de satisfacción de Aitor por un momento. A partir de entonces, aunque no se veían tantas veces como lo intentaban, a veces los dioses se empeñan en fastidiar los planes de los adúlteros, quedaban directamente en un hotel, pensión, hostal… que Aitor reservaba a su nombre desde el despacho y pagaba con una tarjeta de crédito de sus gastos profesionales y podía ser en Azpeitia, Zumárraga, Bilbao, Pamplona… donde la conjunción de circunstancias lo permitía, - el apartamento de Aitor estaba alquilado a estudiantes de surf y cocina, especie juvenil que abunda en Gros -. La confianza entre ellos iba creciendo y la convivencia con sus parejas no se resentía, seguía igual en todos sus aspectos, la descarga matinal de los domingos y festivos incluida.

Continúa AQUÍ

Gracias por las sugestiones y correcciones.

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