viernes, 5 de marzo de 2010

LA MANO DE LA ETICA

Era un pueblo francés sito por donde debe acabar la pineda inacabable y asediado por maizales con pinta transgénica. Lo más parecido a un bar cerrado en la campiña francesa al anochecer es un bar abierto. Una vez acostumbrados a la luz mortecina de encima de la barra, comprobamos que además del patrón había vida alrededor de algunas mesas y que incluso se jugaba a una especie de tute en una de ellas. Un cartel con el recorrido del Tour de Francia del año en que Anquetil debutaba, otro cartel de la Feria taurina de La Magdalena con la presentación de Paquirri en su plaza y una foto en sepia de un equipo de rugby alzando el escudo del triunfo se adherían aburridas a las paredes. La sed de cerveza obliga a repostar a veces en decorados de película de terror de bajo presupuesto.
Sin embargo el último ejemplar del Midi Olympique se mimetizaba con la barra - los números anteriores no estaban reconvertidos en útiles de higiene en el retrete sino que en éste había papel, del Lidl pero papel-, por lo que Kepa, Txano y yo lo abrimos y comentamos mientras recuperábamos líquidos perdidos.
Desde la Liberación nunca el nivel de decibelios del sitio había alcanzado las cotas de nuestra conversación, lo que provocó que se nos acercara un parroquiano, el maestro del pueblo –un viejo más joven que nosotros-. Y al identificarnos como rugbylaris nos hablara. Y nos habló de fútbol, de la mano de Henry, de la mano tramposa que ha clasificado a la selección francesa para el Mundial, de la mano que ha levantado la falda de la Ministra de los Deportes y ha dejada al descubierto la verdad de la educación por el deporte que los políticos proclaman: que lo importante es ganar como sea. Y el maestro nos dijo que educar con estos ejemplos públicos es una... “merde” pero que hay que seguir esforzándose, que otra educación, que otro deporte, que otros valores son posibles.
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Mi columna de hoy que no ha salido en la edición digital por ahora, pero si en la de papel.

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