jueves, 4 de agosto de 2011

LA SENDA DEL PAGAFANTAS


Yo me salí de la película El Pagafantas. No me salí porque era mala, me salí –y no soy el único-, porque yo también soy un pagafantas, más que nada un pagachampagnes –porque a Maider lo que le gusta es el champagne, el cava no, le gusta el champagne de la champagne de la France-.
Yo era un tío normal, bastante cumplidos los 30 años, viviendo tranquilamente en casa de mis padres, un buen trabajo, sexo de discoteca…  cuando me encontré con Maider. Salía de la playa con los amigos, después de disputar un “tocata” (Modalidad de juego conocida también como “touch rugby”) al anochecer veraniego. Ella estaba sola en la terraza mirando el horizonte. La conocía, era la hermana de la mujer de un primo y había coincidido con ella en una boda, entonces tenía novio pero el novio se había matado hacía pocos meses en un accidente de montaña según había oído en la familia. La vi tan bella y ausente que me quedé mirándola hasta que ella se dio cuenta de mi presencia y me hizo sentarme. Empezó a hablarme de su tristeza y yo la escuchaba con interés y cercanía, con más interés y cercanía hacia el canalillo de sus pechos que a sus palabras. Pero conseguía articular las suficientes frases para hacer que ella continuara vaciando sus sentimientos sobre mí. Los pantalones amplios que yo llevaba disimulaban apenas mi tensión emocional erecta hasta mi ombligo. La cuadrilla se esfumó y sólo más tarde me llegó un mensaje de uno de ellos “Como has pillado, cabrón, te dejamos libre el campo”. Maider siguió hasta que levantaron la terraza, un alivio, porque una gota de lágrima o de condensación de la bebida se deslizaba por aquel moreno canalillo y ya iba a provocar algún derrame en mi interior con mancha al exterior.
 Le acompañé hasta su casa y entonces me dio un piquito y desapareció en el portal diciendo “Te llamaré”. Me quedé pasmado media hora.
Y llamó y empezamos a salir, pero salir salir que si al cine, que si al monte, que si a comer, que si a la playa. Yo le podía tocar pero si mi mano se salía de sus extremidades superiores o acariciaba éstas en un inicio de un prólogo de un comienzo de un escarceo, me la apartaba sin decir nada. Me quedaba paralizado, oyéndola, oliéndola, sintiéndola tan Portugal –tan cerca tan lejos-, y con mis hormonas hirviendo, volvía una y otra vez. E incluso dormíamos juntos en su casa, cuando sus padres no estaban –a pesar de tener una edad similar a la mía nunca había llevado a su difunto novio a casa de sus padres en presencia de éstos-, me ponía un pijama del muerto y ella se dormía abrazada a mí. “Tú no te follas a tus amigos ¿Verdad? –me dijo-, pués tú eres mi amigo y yo no te follo” Claro que mis amigos no tenían aquella nariz respingona, aquellas tetas, aquel culo… Conseguí desmontar el museo del novio para siempre desaparecido y reducirlo a una foto. Incluso que me dejase dormir en calzoncillos en su cama y yo era la envidia de mis amigos y de media ciudad y el detentador del record de onanismo de Euskadi.
Probé a llevarla a mi casa y dormimos igual. Me animaba a salir con chicas, me presentaba a sus amigas como su mejor amigo. Organicé fiestas en que el champagne corría abundantemente de mis ahorros a su torrente sanguíneo y dormíamos su borrachera en mi cama. Así que ante el cachondeo de mi padre –en la familia se dieron cuenta enseguida de lo que pasaba-,  me fui a vivir solo. Ella me ayudó en la decoración del piso y su amistosa presencia era y es –porque sigue-, continua.
Hace un par de meses se ha ido a vivir con su amiga Leyre, dentista. Efectivamente ahora tenemos una boca mejor los dos, aunque a mí siempre me parece que Leyre me hace un poco más de daño del necesario.
En estos dos años mi vida sexual prácticamente ha desaparecido, sólo en la despedida de una compañera de oficina que se casaba y se iba a vivir fuera, ésta me hizo una mamadilla espontánea en el coche cuando le llevé a casa después de la cena a modo de adiós. Pero parece que, por lo demás, llevase un letrero de pagafantas en la frente. Zuriñe, la delegada de mi empresa en Vitoria, una separada estupendamente madura, ahora no me deja dormir en el hotel cuando me tengo que quedar, me lleva a su apartamento donde tengo ya mi habitación preparada y el cepillo de dientes en el baño, ella se encierra en su dormitorio con pestillo –que lo oigo-, y su perrazo, así que me meto en la ducha y trato de romper las baldosas con mi turbación.
Tengo que ir a un otorrinolaringólogo, porque debo  operarme, ronco mucho y a Maider le molesta.


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1 comentario:

Tony Gabarron dijo...

Excelente y dinámica narrativa y sobre todo asunto