Imagen de Marta Massé.
El egoísmo que los problemas de salud han generado en mí no me causa sorpresa aunque me desagrada. Me ocupa la cabeza más el retraso de la aparición de las heces en la taza del retrete que las terribles injusticias que todos los días, todas las horas, se exhiben obscenamente en el mundo. Necesito, después de que el pedo liberador apareciera ya hace más de 24 horas, que mi cuerpo recupere el ritmo excretador para volver a ser persona, a pesar de que soy consciente de que en Palestina o en Ucrania yo hubiera muerto entre atroces dolores hace unas semanas, he arrinconado en mi cabeza los textos que los palestinos consiguen enviarnos todos los días y no me conmuevo en absoluto o creo no conmoverme, tampoco el rostro del diablo ruso, se llame Putin o Trump, desencadena mi ira. Las continuas visitas a las letrinas me causan conmoción y la impotencia ante los jinetes del Apocalipsis que dominan ya el mundo está ahí pero sin consecuencias.
El personal sanitario es humano, su trato es balsámico en mi egoísta sufrimiento, estas jóvenes no se merecen el mundo que les estamos dejando y no podemos hacer nada para remediarlo, quizá solo hacer bien lo fácil, hacer lo que nos corresponde en cada momento, cumplir nuestro deber hasta que volvamos a la nada de la que surgimos, no sé cultivar tomates, así que pongo frases una detrás de otra porque estúpidamente pienso que es lo que tengo que hacer mientras mis vísceras reconstruyen mis arcanos, sean los que sean.