A las 13,55 horas, en la estación de tren del barrio de La Florida en Hernani, ha llegado un tren de cercanías, el que va de Irún hacia Brínkola, de un límite al nordeste de la provincia a un límite al sudoeste. Se han bajado tres viajeros, uno de ellos es Aitor, 45 o 50 años de edad, viste traje y corbata, es un “chicarrón del norte” que decían las abuelas. Después de que el tren ha arrancado y se ha perdido hacia la parada inmediata en el apeadero, Aitor cruza las vías apresuradamente hacia la salida, directa a una avenida que gira a la derecha, rodeando la colina. Continúa por las aceras hacia unas viviendas modernas al fondo, más allá de la explanada del estadio, a veces corre incluso, pero siempre su paso es acelerado, no se desvía, solo entra en una panadería del camino y sale con un pan. Llega, por fin, a un portal de un edificio que no tiene 10 años de construcción, abre la puerta con unas llaves que saca del bolsillo y sube corriendo hasta el segundo piso por las escaleras. Abre la puerta de la vivienda y se dirige a la cocina que está inmediata a la entrada.
Imagen generada por IAEs una cocina alargada del pasillo hacia la luz de una ventana en la fachada, en el lado derecho están los fuegos, el frigorífico, el lavaplatos y el fregadero, al otro lado una mesa con dos sillas, un horno microondas en una estantería encima de la mesa, hay otras estanterías y armarios por las paredes. Los muebles y aparatos son buenos, de los que salen en las revistas especializadas en decoración. Hay luz, toda la luz que puede entrar en un día despejado.
Sobre la mesa de la cocina hay una fuente con la mitad de una tortilla de pimientos y tomates, hay una botella bordelesa de vino tinto mediada, el vino es un crianza rioja, también están puestos cubiertos completos para dos personas. Una mujer de la misma edad que Aitor está sentada en el lado de la ventana, con su plato usado enfrente, el vaso de vino en una mano y un cigarrillo en la otra. Es Miren. Miren no es guapa, tiene unos ojos que taladran pero, sin ellos, su rostro pasaría desapercibido en cualquier evento social. Acaba el cigarrillo y aplasta la colilla en el plato junto a un par de colillas más que se pringan con los restos de comida. Mira hacia la puerta sin decir nada, acaba el vino, deja el vaso y coge la botella para servirse más.
- Hola cariño. ¿No me has esperado para comer?
Aitor deja el bollo de pan y las llaves junto al plato, la chaqueta en el respaldo de la silla y se lava las manos en el fregadero, manteniéndose alejado de Miren un tanto artificialmente. Su voz ha sido suplicatoria, a pesar de la evidente inutilidad de su pregunta.
- ¡Haber llamado! He creído que no vendrías.
El reproche no ha cogido por sorpresa a Aitor que sigue limitando sus movimientos a la parte de la cocina más alejada de la ventana y de Miren hasta que ésta ha acabado su frase, ha bebido otro vaso de tinto y ha dejado el vaso vacío para rellenarlo de nuevo, entonces se acerca a ella y le da un beso en el pelo.
- He llamado y no has cogido. Se me ha escapado el cercanías anterior.
Hay un tono de inutilidad en la voz de Aitor, puede que ya esté resignado a una condena por un delito para el que no hay atenuantes y, mucho menos, eximentes.
- ¡No te he oído, estaba preparando la comida para “el señor” y no he oído el puto teléfono, podías haber insistido, para eso están los móviles, para avisar, y no digas que la cobertura en el tren es mala, manda un mensaje, hostias! ¡Tú y tu cabeza ocupada con el juicio de hoy o con las pruebas que tienes que presentar mañana, cojones! Las demás no importan nada.
Miren ha disparado sus palabras sin ninguna ironía, una mezcla de constatación y de decepción en un guiso de enfado.
- He insistido y te he dejado un mensaje en el contestador automático. Esperaba que miraras el teléfono si tardaba.
La última frase es una mentira evidente. Aitor no esperaba otra cosa que lo que está pasando, por eso ha corrido desde el tren, como para justificarse ante sí mismo que hacía todo lo posible por evitar lo inevitable. Aitor se sirve agua del grifo en su vaso sin sentarse. Sabía que Miren habría dejado el teléfono en el fondo del bolso y el bolso en el dormitorio al otro lado del piso cuando había ido al baño al regresar de la compra y que no lo habría buscado hasta que ya era tarde, el siguiente tren ya estaba llegando a la estación y Aitor iba a llegar sudoroso corriendo.
- Pues tenias que haber insistido más. Hay tortilla de piperrada pero ya estará fría.
Aitor se sirve la tortilla de la bandeja en su plato, abre el microondas y mete el plato sin cerrar la puerta, busca por encima de los muebles y por debajo, se agacha y debajo de la mesa coge la tapa de plástico para el microondas, la pone encima del plato, regula y pone en marcha el horno, con gestos rutinarios.
- Muchas gracias. Ya lo siento, cariño. Seguro que estará riquísima.
Busca con su mirada la de ella para que Miren capte la sinceridad de sus palabras. Aitor saca el plato del microondas con la ayuda de un trapo de cocina, deja la tapa protectora dentro, cierra la puerta del horno y empieza a comer con apetito.
- Toda la puta mañana limpiando la casa donde vive el señor, lavando la ropa del señor, el señor tiene que ir elegante a su trabajo, haciendo la comida para el señor… ¡A ver si me consigues un puto trabajo de verdad de una puta vez entre esos «amigos tan importantes» que tienes!
La voz de ella ha expresado una rabia apenas contenida, una rabia dirigida más al mundo que a Aitor, aunque es Aitor el que recibe la agresión sin inmutarse, como si asistiera a una comedia que no tiene nada que ver con él.
- Cariño, te conseguí un trabajo de oficina, bien pagado, con José y le dejaste plantado sin explicaciones a las dos semanas.
Aitor lo ha dicho con el mismo tono de afecto, quizá un poco demasiado paternal, la irritación de ella vuelve a subir un grado mientras el nivel del vino sigue bajando en la botella.
- Tenia que ir a aquel puto pueblo todos los días y aguantar las ordenes del gilipollas de su socio. Eso no era un trabajo, era hacer de niñera de dos subnormales.
Se nota que no es la primera vez que ella ha dado esta explicación a Aitor que, después de acabar de comer, deja plato y cubiertos en el fregaplatos.
- Tendrías que mover un poco más el culo, tú. Tu también conoces gente por aquí, por Hernani, eres muy popular…
Ella corta el tímido reproche y acaba de vaciar la botella en el vaso.
- Aquí solo me coge mi hermana de niñera para sus hijos. Y no me digas lo de popular, que ya sé lo que quieres insinuar.
- No quiero insinuar nada. Tienes amigas y amigos que te aprecian, puedes decirles que quieres trabajar de lo que sea.
Hay un silencio mientras Aitor ha permanecido con la puerta del frigorífico abierta, buscando algo con la mirada y Miren ha dejado vacío el vaso lentamente y lo hace bailar en torno a la botella también vacía, luego empieza a hablar con calma, mostrando que sabe ser cariñosa.
- Te crees que no se lo he dicho mil veces pero todos dicen que no tienen puestos como para mi y que «tu novio, que es muy importante en Donostia, te lo puede conseguir más fácil» ¡Hasta las tetas me tenéis todos, putos imbéciles!
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