Miren es una buena chica, siempre lo ha sido. Acabada la escolaridad obligatoria tuvo que ponerse a trabajar, la familia no podía permitirse alimentar bocas que no contribuyesen a los ingresos y los resultados escolares de Miren no daban para una beca que aliviase los permanentes números rojos de aquel hogar obrero. Empezó pronto en el comercio donostiarra, en una tienda de alimentación, en un supermercado, en una boutique… fue cambiando de trabajo, salarios bajos para horas incontables a pesar del convenio colectivo. Encontró su nicho laboral en las tiendas elegantes de ropa, comercio que abunda en la capital guipuzcoana, donde las cadenas internacionales, nacionales y locales se disputan en el mercado, ocupando las mejores ubicaciones del centro de la ciudad. Encargada de tienda en una de las cadenas familiares locales, llevaba la rutinaria vida del tren de cercanías por la mañana desde Hernani, jornada laboral matutina, el pincho y el vino del mediodía en la pausa, jornada laboral vespertina y tren de vuelta a casa… descanso semanal el lunes, vacaciones en Ibiza con otras amigas empleadas, dejarse invitar al pincho y al vino por los « babosos » en uno de los bares del centro de la ciudad próximo al puesto de trabajo, dejarse sobar por el « novio este que tengo » los domingos a la noche en el coche, desmadrarse en Ibiza y dejar la virginidad en una cala pedregosa en aquella isla, incluir en la rutina dominical un precipitado coito de parte trasera de coche a la vuelta de aquellas vacaciones, en primavera y verano dar una vuelta con la cuadrilla por los bares de Hernani entre la llegada en tren y la retirada nocturna « que mañana hay que levantarse »… hasta que se encontró con Albert Murray Jr. en una de aquellas vueltas con la cuadrilla en las fiestas de San Juan.
Albert Murray Jr., hijo de Albert Murray y nieto de Albert Murray, natural de Limmerick había llegado a Madrid llamado por su padre. Los Murray eran una familia cervecera, fabricaban cerveza artesanal en el pub que regentaba el abuelo, pero el padre de Albert se dedicó al comercio de la cerveza con cierto éxito, el crecimiento del negocio le llevó a la exportación de productos agroalimentarios, cerveza y whisky, hacia España, en un momento determinado la exportación se convirtió en importación desde España y se estableció en Madrid, dejando a su mujer e hijos atrás, una secretaria de La Latina que sabía inglés supo darle la ternura necesaria para que su nostalgia fuera más llevadera.
Albert Murray junior estudiaba y jugaba a rugby en Irlanda, talonador duro e inteligente que nunca destacó en su breve carrera porque le faltaba liderazgo y comunicación, cualidades imprescindibles en su puesto en el equipo, dejó el rugby con 18 años cumplidos. La cerveza cortó su carrera de forma repentina, un camión de reparto colisionó por detrás con el coche detenido en un semáforo en que estaba Albert, la lesión cervical subsiguiente aconsejó que no siguiera en la melé. Resistió la tentación de hacerse árbitro y empezó a colaborar con equipos escolares como ayudante de entrenador. La llamada de su padre le quitó la idea de hacerse entrenador profesional por el momento. En España estuvo unos años en la oficina de su padre en Madrid, su padre era comercial, él no, él llevaba el orden y el control de ingresos y gastos. Albert Murray Sr se sentía mal con su hijo al lado cumpliendo años y no haciendo otra cosa que trabajar demasiado cerca de él y entrenar a adolescentes por colegios madrileños, así que decidió abrir una sucursal en el norte, en Hernani y poner a su hijo al frente, con 30 años cumplidos, todo un señor
Llegar a Hernani, darse una vuelta por el local industrial alquilado, asomarse al campo de rugby en Landare Toki, ser invitado a conocer el pueblo, al sexto vino encontrarse emparejado a una loca veinteañera que se ríe de todo y por todo…
Miren, desinhibida a última hora de la noche, calentó las hormonas gaélicas aquella noche lo suficiente para que Albert empezara a encontrar normal invitarla todas las noches a todo a partir del día siguiente y que fuera Miren la que le encontrase un piso amueblado en alquiler, donde ella iba algunas noches para que no se sintiera muy solo. Miren seguía con su marcha, el alcohol le daba un puntito divertido, según decían sus amigos, así que Albert aceptaba que hiciera risas con amigos que ella encontraba en cualquier fiesta, Miren tenía muchos amigos en esos momentos de diversión. Al cabo de un año, todo Hernani sabía que eran novios y luego vino la boda, a los cinco meses de ésta, en un hospital universitario de Galway, nació otro Albert que, al salir, cerró la puerta para nuevos embarazos o quizá un médico negligente lo hizo.
Miren dejó de trabajar en Donostia, su clientela de pijas donostiarras todo el año y de pijas madrileñas en verano no la echó de menos aunque la besuquearon mucho cuando dimitió de su trabajo. No dejó de trabajar por cuidar al niño, sino porque la pareja tuvo que irse a vivir a Madrid, a Majadahonda, para poder atender el negocio paterno cuando el niño ya tenía cinco años. Una hemorragia cerebral, sobrevenida mientras se bañaba en una playa del Mar Menor con una secretaria de Malasaña, dejó hemipléjico al viejo irlandés y también más insoportable que antes. La reina vasca de Majadahonda se hizo enseguida a la vida de la corte, algunas clientes le abrieron sus puertas sin problemas, el dinero de la cerveza irlandesa le daba títulos de nobleza, aquellos contactos hicieron que Albert Murray estuviera agradecido a su mujer, su mejor inversión en relaciones públicas, nunca había tenido tantas amistades y en tan amplios estratos de la sociedad. El niño fue convenientemente internado en Irlanda y al cuidado de su abuela, como su padre lo había sido. Madrid tiene mucha vida, es la verdadera ciudad que nunca duerme, Miren y Albert estaban en todos los eventos y no estaban nunca solos, porque solos hacía tiempo que no tenían nada que decirse y, lo que era más preocupante, nada que hacerse aparte de planes para no estar solos.
Los veranos, mientras Albert se quedaba trabajando en Madrid, Miren se iba unas semanas a Hernani con el niño, ya un joven imberbe, para sumergirlo en la cultura vasca.
Solo en su casa inmensa de Majadahonda, llamaba todas las noches al teléfono de Miren, ella respondía con su voz pastosa, la mitad de las veces con la alegría del comienzo de la noche de fiesta, la otra mitad con el mal genio del final del día de fiesta… Por la mañana, delante del espejo, Albert meditaba un momento, un breve momento.
- Why does my wife lose her panties every time she drinks?
Continuará
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