Esta historieta está escrita a partir de un guion que no ha sido rodado aún.
La tarde siguiente, una tarde lluviosa, aparcar en Bayona se complica, incluso en los aparcamientos subterráneos. Aitor deja el coche en el piso más profundo y húmedo después de dar vueltas para encontrar una plaza y tiene que correr porque llega tarde a la cita en la oficina de Hacienda, donde llega sudoroso, mojado y patinando en el suelo resbaladizo de la entrada. El abogado francés, Alain, le espera tranquilamente en la puerta que se encuentra cerrada a visitas a las 18 horas como el horario en letras góticas lo anuncia y se ríe de su apresurada carrera, ha llegado con unos minutos de margen porque automáticamente la puerta se abre para los dos. Se va arreglando en el ascensor que le conduce a la planta donde se encuentra el despacho de la Inspectora. El despacho lleno de expedientes de colores por mesa, estanterías e incluso el suelo junto a las paredes que quedan libres, parece imposible de encontrar algo y, sin embargo, un atento observador podrá comprobar que hay una clasificación de expedientes, quizá por importancia, quizá por orden cronológico, quizá por orden alfabético, quizá por una combinación de criterios… Aitor tiene ganas de preguntar por ello a la funcionaria, seria debajo del retrato fotográfico del Presidente de la República que sonríe henchido de su poder de rey republicano con esa nostalgia de la monarquía que las élites francesas dejan traslucir por momentos. Sobre la mesa de despacho, el grueso expediente abierto de su cliente con sus subcarpetas de plástico trasparente y, sobre todo, hay unas actas preparadas, formularios impresos que podrían ser esos contratos ilegibles que proponene los bancos o los concesionarios de automóviles a sus clientes pero que, en este caso, son las declaraciones de hechos que la Inspectora considera acreditados, con su encaje legal, su tipificación como infracción y la sanción correspondiente. Detrás de la mesa una silla de director con Emma sentada, vestida de traje, blusa abierta, collar de perlas, pendientes llamativos, peinado nuevo… delante de la mesa los dos abogados impecablemente vestidos, sentados con los ojos concentrados en los papeles que les conciernen y escuchando atentamente.
- Con esta firma aquí, en nombre de su cliente, el Sr. Madariaga se aviene a saldar y finiquitar la deuda de 105.312€ que su cliente tiene con la hacienda francesa en el plazo de 30 días y al mismo tiempo la sanción de 21.062€ que le ha sido impuesta ¿Leído, entendido y conforme?
- De pleine conformité, bien sûr, on signe – Alain le indica a Aitor, que saca de la chaqueta una estilográfica y firma lentamente seis veces en todas y cada una de las páginas y poniendo la fórmula en francés completa en la útima página, como indica el impreso: “lu, compris et accepté”.
- Tout est bien qui finit bien. Mais, quand même, ça a été bien dur d’arriver jusqu’ici, Madame la contrôleuse – después de firmar en todos los juegos de formularios y entregar las actas a la Inspectora, Aitor parece suspirar -.
- Je crois qu’on a établi une belle équipe, vôtre client a maintenant tout en règle pour opérer en France… mais un des membres de l'équipe assume un nouveau poste et nous allons dîner ensemble pour souligner l'événement, comme prévu – Otro funcionario ha entrado en el despacho, cómo ha sabido que era el momento de entrar solo Emma lo sabe, recogiendo las actas que la Inspectora le entrega y despareciendo acto seguido. Aitor aprovecha esta breve presencia para pisar ligeramente el pie del abogado francés -.
- Veuillez m'excuser de ne pas être parmi vous mais il m'est malheureusement impossible…
- Tant pis pour vous – Emma no parece sorprendida por tener que cenar cara a cara con el abogado español y su cara no deja adivinar sus sentimientos sobre el desarrollo posterior del atardecer.
La cena es a hora francesa, las 8 de la tarde, prácticamente hay una hora para esperar, en la primera cerveza en un bar cerca de la catedral, aún son un trío que habla de la política francesa, de los problemas presentes en una sociedad que se convulsiona con facilidad ante cualquier medida impuesta, luego pasan a hablar de rugby y de la cultura popular del sudoeste francés, cultura más española en todos sus tópicos que la cultura del norte peninsular, la conversación pasa de uno a otro idioma sin problemas, a pesar de que los acentos de Emma en español y de Aitor en francés son fuertes y desvelan su origen mientras que solo Alain puede mantener una cierta neutralidad, solo un ligero deje, cuando habla español. Aitor provoca risas cuando relata sus desventuras de adolescente en colonias francesas a las que su familia le enviaba con intención de que aprendiera el idioma de Molière y se encontraba rodeado de lectores de El Quijote que le hablaban raramente en francés y que preferían entenderse en el idioma de Cervantes con el turista.
Alain les dejó cuando solo faltaban un par de minutos para las 8 de la noche y los otros dos se dirigieron a un restaurante del pequeño Bayona donde una mesa reservada con antelación y preparada para tres les esperaba. Pasaron al vino para el aperitivo y la cena, Emma habló más que Aitor, fue una degustación de porciones que reclamaban un cierto acompañamiento, maridaje, de distintos vinos.
Emma había decidido no llevarse a Aitor a la cama del apartamento aquella primera noche más por probarse a sí misma que por otra cosa, aunque la perspectiva de que iba a partir a París sin tener certeza de que Aitor fuera a acudir a lo que sus hormonas femeninas reclamaban desde hacía un tiempo, esa perspectiva incierta, le estuvo reclamando romper la palabra que solo se había dado a sí misma. Acabada la cena, lamentó vivamente que tenía que levantarse temprano al día siguiente pero le dejó claro a Aitor que le esperaba en París, le dio todas sus coordenadas aunque le exhortó a Aitor a quedarse a dormir solo en un hotel de Bayona si la tasa alcohólica le impedía regresar. Aitor estaba en toda suerte de dudas, no sabía qué carta jugar, sus hormonas le impulsaban a rematar aquella noche la estrategia que había desarrollado pero optó por el control y por sembrar para el futuro. Cuando en el portal, como novios de los tiempos de su padre, se despidieron con dos besos en la mejilla y Emma se separó para teclear el código que abría la puerta, además de su inteligencia y su elegante hunor, la inspectora de finanzas tenía un trasero perfecto que estaba allí, al alcance, se limitó a suspirar. Ella se volvió sonriente y mantuvo la puerta abierta un instante, le besó, un pico, en los labios y cerró la puerta desde el otro lado, Aitor la vió ir al ascensor y ella no se volvió en ningún momento.
En el aparcamiento, Aitor sacó el cepillo de dientes y el dentrífico del coche y se limpió con cuidado en los servicios antes de coger el coche, procurando no pensar mucho en lo que tendría que contar a Miren al llegar a Hernani, prefería improvisar. No fue necesario, ella dormía en su rincón de la cama y no reaccionó cuando él empezó a roncar.

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