El cuarto de baño de Miren era su santuario de mármol y vapor. Era el único lugar en su apartamento donde el mundo exterior y sus responsabilidades se disolvían en un olvido temporal, sustituidos por un placer auto-indulgente y fugaz. Esa noche, el agua estaba caliente, perfumada con aceites exóticos, y la luz tenue de las velas reflejaba el color rubí del vino en la copa de cristal que sostenía. Miren se había entregado a la soledad y a la búsqueda de un consuelo físico que hacía tiempo no encontraba en una conexión genuina. Aitor llevaba un mes sin aparecer, No respondía a sus llamadas ni a sus mensajes. En su despacho le contestaban que no estaba en Donostia pero tenía noticias de que se había puesto en teletrabajo y seguía llevando asuntos, visitando a sus clientes en fábrica en vez de recibirles en el despacho y acudiendo a juicios con normalidad.
El baño de Miren era un ritual privado de desconexión, sus dedos acariciaban su punto sensible desde hacía un momento y justo cuando el placer prometía alcanzar su cúspide, la atmósfera de la habitación cambió.
No fue un sonido, sino una presencia. El aire pesado y húmedo se volvió fresco y limpio, y un resplandor que superaba la intensidad de las velas se filtró en el baño. No era un brillo agresivo, sino una luz plateada, líquida, que se arremolinaba sobre el suelo de azulejos.
Miren se inmovilizó, con el corazón golpeándole en el pecho, su cuerpo a medio camino entre el asombro y el terror. De esa luz, tan pura que parecía absorber toda sombra, emergió una figura alta. Sus alas, invisibles un instante, se desplegaron con la forma de plumas de cristal; su rostro era de serena autoridad, y sus ojos, dos pozos de sabiduría inmutable.
- Miren, hija de Dios, - resonó la voz de Gabriel Arcángel, no con trueno, sino con la quietud de un río profundo. No había ira en su tono, sino una inmensa tristeza. - El Padre me envía para hablarte sobre el templo que te ha sido confiado-.
Miren se cubrió, su cuarto de baño no era una playa nudista y la irrupción le hizo ser consciente de su desnudez. La copa de vino cayó de sus dedos entumecidos y se hizo añicos en el suelo. Salió del agua y se envolvió rápidamente en el albornoz.
- Una ya no puedo ni cascarse una pajilla tranquilamente en su bañera ¡Qué pelma !
- La desesperanza te ha llevado a buscar el consuelo en la soledad y en el olvido alcohólico, - continuó Gabriel, sus palabras penetrando más profundamente que cualquier reproche -. Cuidas tu cuerpo con ungüentos y aromas, pero lo usas para adormecer el alma. El vino es para la alegría compartida, no para la huida en el placer solitario. El cuerpo es una vasija sagrada, no un juguete para el vacío -.
Miren, temblando, logró balbucear:
- Alucinaciones sicóticas persistentes… tengo que recuperar el equilibrio mental.
El Arcángel inclinó su cabeza, y la luz que emanaba de él pareció envolver a Miren con calor.
- El camino está en el equilibrio. Debes honrar tu cuerpo con el descanso adecuado, con el alimento que nutre, y con la pureza de la mente. Tu alma anhela la conexión con el propósito que te fue dado, no la evasión en la oscuridad-.
Gabriel se detuvo, permitiendo que sus palabras hicieran su efecto.
- Aléjate de esta agua estancada. Viste tu cuerpo con dignidad. Deja atrás los placeres que te dejan más vacía de lo que te encuentran. Tu vida de pecado y de auto-negligencia termina esta noche. Cuida tu cuerpo como el hogar de tu espíritu, y tu espíritu te guiará. Busca la luz en el día y el propósito en la acción, y no busques más el olvido en la noche. Ve, y vive con intención y honor -.
La luz se concentró sobre Gabriel por un último instante, como una estrella que se apaga, y luego desapareció por completo. El baño volvió a ser solo vapor, mármol y las velas moribundas. El frío del suelo mojado de vino y agua devolvió a Miren a la realidad.
No sintió vergüenza, sino una profunda y dolorosa claridad. Recogió los cristales con cuidado, vació el resto del vino en el desagüe y, por primera vez en mucho tiempo, se miró en el espejo, viendo más allá del reflejo, hacia el alma que brillaba en sus ojos. La vida de placeres solitarios había terminado; una vida de intención y cuidado estaba por comenzar.
Así que bien envuelta en el albornoz se tumbó de lado en la cama y se introdujo suavemente el dedo índice con el apoyo del dedo corazón hasta alcanzar el borde de clítoris y lo movió hasta que el placer le vino relajadamente a sacudir como una descarga agradable por todo el sistema nervioso.
Luego, buscó el teléfono de la sicóloga de la que había oído hablar en la peluquería. Desde la primera consulta, se abstuvo de volver a beber alcohol. Un par de meses más tarde vendió el piso de Hernani y se compró una casa en Denia (Alicante).
Allí empezó a escribir, escribir sobre su vida, a mezclar realidad e imaginación.
Aitor desapareció para siempre, como desapreció el arcángel, el arcángel sintomático que dijo la sicóloga, Ahora vive con un anciano alemán que le va a dejar heredera de una fortuna cuando se muera, suceso que no puede tardar mucho.
FIN

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