domingo, 25 de abril de 2010

EL TÉ

Ella sacó el té y lo puso en la mesita enfrente del sofá. Siempre que quedaban para follar, ella preparaba té. Formalmente quedaban para tomar un té y charlar, él, bien afeitado para no estropear la delicada piel de ella, traía una caja de tejas o cigarrillos de Tolosa y ella sacaba los dos tes. Ella monopolizaba casi toda la conversación previa al objetivo de sus encuentros:
-Lo trágico es que todos dicen la verdad. Varela tiene razón en que Garzón es posiblemente un prevaricador ególatra, Garzón en que Varela es un envidioso resentido impulsado por la venganza y el rencor, Villarejo en que los jueces fueron cómplices del franquismo, Gómez de Liaño también dijo la verdad sobre la cuadrilla de la toga y Garzón se despachó a gusto contra él con las verdades del barquero. Pero la que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Y sorbió la última gota de la infusión, dejando la taza en la bandeja. Él se inclinó y le besó en la nuca. Suavemente le hizo girar el rostro hasta besarle los labios con un beso de lesbiana, recreándose en sus labios, sorbiendo el sabor de almendra y té de su saliva, despacio, mientras su mano apenas rozaba sus pechos de anoréxica por encima de la chaqueta, ella friolera siempre llevaba demasiada ropa. Estuvieron un tiempo reclinados dejándose ir por la sensualidad, mientras, las caricias difíciles así vestidos, dejaban sólo a sus labios y lenguas para demostrarse su disposición a la entrega. Ella se apartó y puso de pie, dándole la mano y con la voz velada que se le ponía, le ordenó.
-Vamos ya al dormitorio que estará más calentito y además luego tendrás prisa para ir a la redacción y no nos dará tiempo para más de una jodidita –A él no le gustaba nada esa expresión adolescente de ella-, antes de que me ponga yo a redactar todas las sentencias que tengo que llevar mañana al juzgado.

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