Al acabar la sinfonía, la abuela Antonia, apagó la radio de la sala y se dirigió con sus movimientos reumáticos a la cocina. Allí tenía ya casi preparada la comida para sus dos nietos y los platos dispuestos en la mesa grande. Se acercaban las celebraciones de su aniversario y la riña surgida en la familia no le podía arruinar su quizá último cumpleaños. A pesar de su vista disminuida había preparado menestra, solomillo y soufflé como para el doble de los tres comensales, ella misma incluida, esperados.
Llegaron sus nietos simultáneamente y se sentaron enfrentados sin dirigirse apenas más que unas imprecaciones. Parecían los carlistas y cristinos a los que su vez se refería su abuela de Ormaiztegui en el caserío, donde ella se había dejado la infancia repartiendo leche en marmitones metálicos por las casas.
-Al que diga palabrotas y menos blasfemias le doy con el cucharón de madera.
Los dos hombretones comprendieron que la anciana, blandiendo el utensilio, hablaba en serio. Y a su orden empezaron a exponer las cuitas que les agobiaban.
-A estos de la capital, como se mueven mejor que nosotros en los despachos, les están facilitando el que ganen y esta semana contra el Gernika que tiene ya asegurada la permanencia les va a pasar como contra los madrileños que vinieron ya de vacaciones. Si ya se sabe quién manda en Madrid y quién escribe la historia...
- A nosotros nadie nos regala nada. Que vosotros en Sevilla vais a jugar contra un equipo que está pensando en la Copa y que os pondrán a los juveniles para foguearlos. Siempre os ponéis la venda antes de la herida. No hicisteis los deberes en Sant Boi, que nos hubiera venido muy bien a nosotros y ahora venís con las historias de siempre, confundiendo la falta de motivación con la falta de ética deportiva y demás.
Y así siguieron hasta que no quedó ni una gota de rioja –los platos hacía tiempo que brillaban como sacados del mejor lavavajillas-, en la bodega de la abuela Antonia. Esta sólo atinaba a decir de vez en cuando:
- Que es rugby, sólo rugby.
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