Image via WikipediaJugar a rugby es improvisar. Las combinaciones posibles entre treinta jugadores, un balón oval, los árbitros, el campo en toda su extensión, el ambiente, las circunstancias... son difícilmente previsibles en su totalidad pero ningún equipo saldría a disputar un partido sin un plan de juego. Se puede disfrutar del rugby sin plan en pachangas, tocatas, open rugby y demás divertimentos en los que la competitividad es sólo uno más de los alicientes. Pero en cuanto hay una competición en que el resultado tiene su peso, hasta el equipo más anárquico –y conozco bastantes-, elabora un mínimo plan.
Una ventaja de tener un plan es que se puede cambiar pero sobre todo que un buen plan es el que permite improvisar individual y colectivamente tanto en ataque como en defensa. El que permite al jugador portador del balón ser el comandante de la acción y dirigir al colectivo y a éste el apoyarle y anticipar la siguiente fase. Igualmente es el que permite al equipo que defiende fijar, anticipar, interceptar, contraatacar... El partido del sábado pasado en Anoeta ofreció varios ejemplos de una planificación que permitía aprovechar los fallos del equipo contrario e improvisar una reacción inmediata.
Empieza el mes de abril y los dirigentes del rugby español –que presentaron hace unos meses su plan para el rugby pero que no parece ser el plan del rugby-, parece que sólo se han quedado esta temporada con lo de la improvisación, al menos para las categorías que son el escaparate de este deporte y así nos va con los seguidores y, en consecuencia, con los patrocinadores.
La esperanza de que en el mes de mayo se dispute una especie de torneo de clausura para la élite puede que incentive a la buena gente que corre tras el balón de bote inopinado para que se siga entrenando con su club pero... ¿Quedará algún espectador en la grada?
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