Image by BobTheCorkDwarf via FlickrEn aquel tiempo se acababa la temporada de sidrerías y la temporada de rugby agonizaba a pesar de que no se querían enterar. Así que el Maestro le preguntó al Réditos si quedaba algo en el bote para organizar una salida de todos a uno de esos merenderos ascendidos a fríos templos de la ingesta desmedida de líquidos y sólidos contra la lógica digestiva humana pero tan arraigada recientemente entre nosotros. Aunque hubiera que recurrir a un escote, una base económica había y el Piedra con el Txapas reservaron lugar y hora al que se trasladaron en un concertado servicio de entrega y recogida para evitar disgustos en el tránsito rodado.
La conversación giraba en torno a las vicisitudes del deporte que les unía, tanto en las colas que se formaban en las fuentes mingitorias de las barricas como entorno a las mesas, convenientemente limpiadas, es un decir, con una reliquia textil por Magdalena, cuyas virtudes muy aparentes les habían decidido por aquel establecimiento como pasados años.
La alegría de la convivencia se mezclaba con la inevitable preocupación por el estado del juego, se pasaba de recordar milagrosas victorias en el último minuto a recordar lavadas de manos de algunos responsables, de propuestas para jugar rugby a siete pero sólo los gordos a improvisar torneos playeros de rugby a trece en que todos adquirieran mejor lectura del juego, incluso se especuló con probar el fútbol gaélico durante el estío que había empezado, contra toda lógica, en abril.
El Maestro apoyó su mano en el hombro del Klooney y alzó su vaso vacío, imponiendo cierto silencio a los reunidos en torno a la mesa, llena de restos consecutivos de migas de pan, tortilla, pescado, pimientos, carbonilla, grasa bovina, cortezas de queso y cáscaras de nueces, para así hablarles:
- En verdad os digo que aquí el rugby somos todos y que puede que entre todos lo estemos matando pero antes de que cante un gallo lo resucitaremos ¡Txotx!
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