BOCAZAS

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Achacar al arbitraje la derrota es una tentación deportiva muy difícil de resistir. Hace poco una figura de gran repercusión mediática  se ha explayado sobre el tema y sus palabras han sido abundantemente reproducidas, causando, lo que sin duda pretendía, el consiguiente revuelo. La reacción del equipo de la capital, para el que trabaja como un deportista profesional, ha sido de suspenderle de empleo hasta el 11 de mayo próximo, así que Sebastien Chabal, a pesar de su indudable importancia para el Racing Metro de Paris, cautelarmente se encuentra apartado del rugby, mientras la Comisión de Disciplina Deportiva toma una decisión y ha citado al internacional francés para el 12 de mayo a una audiencia a tales efectos.

El respeto al árbitro es esencial en el deporte y no hace falta que los árbitros lleven un lema en su manga para recordarlo. Por desgracia el rugby profesional se está contagiando de ciertas maneras que son típicas de otros espectáculos deportivos y que se han extendido a la sociedad.

Arbitrar, juzgar, es equivocarse. La sociedad hace tiempo que no se fía mucho de los funcionarios que encarnan el poder judicial, según ponen de relieve las encuestas europeas y esa desconfianza en la capacidad y en la ética de quienes tienen que resolver los conflictos se exacerba bajo los focos de los medios. No es sorprendente, por tanto, que también sean controvertidas las decisiones arbitrales en el ámbito del deporte profesional, donde los intereses se exhiben impúdicamente, y que son inmediatas al hecho sobre el que se deben tomar.

El arbitraje deportivo es parte esencial del juego –nunca su protagonista-, y en el rugby el juez siempre tiene razón aún cuando se equivoque y el que no lo crea así no debe entrar en la cancha  por principio. Pero este principio ahora se complementa con el deber de no exponer las quejas a través de los titulares de las noticias que es otra manera de ir contra el juego limpio. Ahora bien, tenemos que exigir vías reglamentarias que permitan mejorar el arbitraje y que no sean vías muertas a las que ineptos guardagujas desvíen nuestros esfuerzos.