Comienzo del relato
Pasó más tiempo, el despacho de abogados de Aitor iba bien pero su matrimonio iba mal, el amor conyugal pareció acabarse con la “parejita”, en cuanto hubo niño y niña en el hogar, el amor mutuo se esfumó y ninguno de los dos hizo nada para volver a encender el fuego, así que más o menos de mutuo acuerdo, ella se quedó con el patrimonio y Aitor se fue a vivir a un “loft” del barrio de Gros.
Lo del “loft” era en realidad la parte trasera de un antiguo taller de coches desaparecido como tal, ahora un bazar oriental se ubicaba en la delantera y aquella especie de gran alcoba había sido convertida en vivienda sin ningún tipo de permiso legal por un familiar de Aitor que se la vendió a precio de primo. Aitor continuaba empadronado en lo que fue la vivienda común del matrimonio y los fines de semana y vacaciones que le tocaba estar con sus hijos o los pasaba en la habitación de invitados de lo que fue su casa, su ex se iba, o en casa de los abuelos de los niños, se llevaba bien con sus padres y con sus suegros, incluso mejor que su ex, o se llevaba a los niños a esquiar en invierno y a una playa francesa en verano, lo que le permitiera su economía, resentida por la quiebra de la sociedad matrimonial.
Aitor ligaba a veces, no mucho, no encontraba una relación duradera, muchas de sus relaciones eran de una noche. De noche el apartamento de Aitor, desprovisto prácticamente de luz natural, un ventanuco a patio por toda ventilación, podía pasar por una suite de buen hotel, al amanecer, cuando el alcohol se ha evaporado y el aliento de dragón del compañero de lecho nos vuelve a la realidad y a la luz natural, que no se percibía desde aquel zulo, el estudio era deprimente sin ninguna duda. Pero Aitor no se daba cuenta, le gustaba la luz artificial constante, la tranquilidad del sitio le resultaba confortable, una mujer de limpieza pasaba una vez a la semana, manteniendo el nivel de suciedad a una altura soportable… alguna de sus relaciones, más duradera, intentó darle un aire de hogar pero renunció inmediatamente - allí se marchitaban hasta las flores de plástico -, tampoco ninguna consiguió que él llevase su cepillo de dientes a otro sitio, otro sitio en el que poder compartir una vida.
A Aitor le gustaba ir andando al Palacio de Justicia de la calle San Martín en Donostia, donde reside la Audiencia Provincial, iba por la Avenida, la Avenida de la Libertad, calle principal de la ciudad hasta la barandilla que fija el límite entre la ciudad y la playa de La Concha, luego seguía el paseo unos cien metros hacia la izquierda, babor solía pensar, y nuevamente se introducía entre calles, cruzaba la calle Zubieta y luego la propia calle San Martín, ambas con tráfico muchas veces atascado y conductores enfadados con la vida, para llegar al edificio de la Audiencia. Pocas veces atajaba por la calle Urbieta, solo cuando iba retrasado a algún acto procesal que, a su vez, se iba a retrasar, los abogados corren para esperar en las salas de pasos perdidos de los tribunales, es uno de sus deberes fundamentales.
Habían pasado unos años, quizá diez, quizá quince, una mañana de primavera avanzada, Aitor caminaba a una vista en una de las salas de la Audiencia y se detuvo en el último paso de peatones de la acera derecha de la Avenida, un coche se detuvo al borde del paso cebra a pesar de tener luz verde y ámbar, sin importarle el claxon del que le seguía. Quien conducía el vehículo, asomó medio cuerpo por la ventanilla:
-¡Pasa poeta, que no te voy a atropellar!
Era Miren, con un pelo distinto, algún peluquero loco le había metido la cabeza en una centrifugadora de pintura blanca, y una risa franca.
- Me ahogo en la resaca de tus ojos de sirena… -empezó el abogado, como retomando una conversación interrumpida brevemente -.
- ¿A dónde vas? Que te llevo – El coche de detrás maniobró, soltando improperios a los dos, y avanzó en cuanto el semáforo se puso en verde -.
- A la Audiencia, voy más rápido andando, pero dame tu teléfono que te llamo.
- Prefiero llamarte yo, pero no tengo aquí para apuntarlo.
- Los abogados siempre llevamos tarjetas – Una tarjeta de visita apareció en su mano para pasársela inmediatamente a Miren por la ventanilla -..
Los coches de detrás se impacientaban y Miren tuvo que arrancar e irse, mientras Aitor se echaba a correr para no llegar tarde al juicio que empezaba en breve teóricamente. La vista se supendió por causas de fuerza mayor, obligando a los citados, alguno había venido de Madrid y otro de Oviedo, a perder su tiempo y dinero porque el Magistrado Ponente se había ausentado a un curso de formación en nuevas tecnologías, previsto desde hace tiempo pero que nadie había tenido ocasión de darse cuenta que coincidía con aquella vista señalada.