jueves, 14 de febrero de 2008

TURANDOT (2006)

El tercer tiempo de un partido de rugby es como el último acto de una ópera, el encuentro requiere que se remate en un tercer medio tiempo completo en el que todos los que han intervenido participen. El juego ha acabado pero el rugby necesita concluir siempre en este tercer medio tiempo en el que ambos equipos se reúnen para celebrar la alegría de haber jugado entorno a unos refrescos, alimentos... más o menos abundantes en función de la economía del equipo receptor. Por muy duro que haya sido el enfrentamiento en la cancha, por impugnaciones de alineaciones que puedan realizarse, por errores arbitrales a favor de uno u otro, por incidentes de cualquier tipo que haya podido haber antes... después de la ducha siempre debe producirse este acto de respeto de los unos a los otros. Es imperdonable dentro del rugby dejar inacabado el partido sin su tercer medio tiempo. Y, sin embargo, este hecho se ha producido en nuestro rugby más próximo y hasta en las categorías más educativas, por desgracia se ha producido repetida y recientemente. Supongo que siempre habrá justificaciones para omisiones y ausencias y que sólo han sido anécdotas puntuales pero todos tenemos que procurar que no se reproduzcan. Se dice que, poco después de que naciese este deporte que se juega con las manos y con una pelota que enloquece al rodar por el suelo, Fergus W. Flannagan, capitán del Mulligham School invitó a Dermon O´Flaherty y su equipo el Farm College del mismo pueblo a festejar con unas cervezas la amistad y lealtad que se había forjado después de un duro partido. Esta aportación irlandesa debió cuajar rápidamente en nuestro deporte de contacto directo y solidaridad porque cuando empezó a exportarse fuera de las británicas islas en el siglo XIX ya el rugby se distinguía de los otros deportes por este tercer acto en que culminaba cada evento. Al igual que el juego, el tercer tiempo se enseña, se aprende y se educa desde alevines y se sostiene desde la primera plantilla del Club y desde los dirigentes. Mucho más ahora en que el alcohol, aunque sea a modo de cerveza, ha desaparecido de la celebración, al ser cada vez más conscientes todos de la incompatibilidad entre salud deportiva y su consumo. Los valores de nuestro juego requieren que, al igual que en las buenas óperas, el telón del encuentro caiga sobre una satisfactoria escena final en la que se culmine lo que ha sucedido con anterioridad.

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