miércoles, 19 de diciembre de 2018

LA RUTINA DEL LUNES

No ha amanecido y los habituales ya están en las máquinas de la sala de musculación del polideportivo, alguno parece que nunca ha salido de allí. El Marqués de Altamira se coloca en una cinta elíptica e inicia su marcha de calentamiento, en la cinta de al lado Springbok parece un galgo persiguiendo una liebre invisible, los mecanismos internos se quejan del maltrato que reciben pero, con los auriculares puestos, ni el empleado municipal les hace caso.
- El jugador de rugby – dice o piensa el Marqués, que a estas horas puede ser lo mismo -, cada lunes, al llegar al trabajo, tiene que explicar la ceja explotada, el ojo morado, los puntos de sutura en la oreja, la clavícula desencajada, el ligamento roto, el hueso quebrado… y justificar ante los demás que va a seguir con ello, que no es un masoquista, que el rugby le da, a cambio de su salud, la vida que le gusta.
Springbok ha resbalado en la cinta mojada y ha tenido que sujetarse para no caer luego aparece con la fregona que ha ido a buscar a un rincón y un enorme rollo de papel de cocina, seca la cinta y recoge los utensilios, todo ello con la celeridad y elegancia de una gacela huyendo de un guepardo hambriento. Ha retirado los auriculares por un instante para oír lo que el Marqués parece decirle, pero este calla ante el raguetón que se escucha. Luego la carrera inmóvil retoma su marcha frenética.
- El traumatólogo es el mejor amigo del hombre – el Marqués ha ido acelerando progresivamente en su aparato  hasta alcanzar una velocidad punta de media docena y un poco de kilómetros por hora -, y no te abandona durante toda tu carrera de jugador, se forma un especial vínculo de fidelidad con él, con el masajista, con el farmacéutico… es una red de consejeros que respira aliviada cuando les vas diciendo que lo dejas, que ésta es la última temporada.
La nariz del Marqués, rectificada por el cerebro de un pilier, que lo utilizaba solo como herramienta para abrirse paso en la linea de defensa, deja caer gotas de sudor sobre el viejo maillot que aun se pone cada mañana para ir al gimnasio y llega la hora de marcharse con sus pensamientos.
- Y, sin embargo, me falta algo de mi alma, cuando oigo el ruido de los crampones en el pasillo del vestuario cada vez que los jugadores del equipo corren para salir al campo, al comienzo del partido.

viernes, 14 de diciembre de 2018

MUERTOS Y TETRAPLÉJICOS

El Barón de la Florida dejó de jugar al rugby en competición por una grave lesión en las vértebras cervicales que se le produjo estando detenido con su coche en un stop al chocarle por detrás una furgoneta de reparto. Un día de esta semana de lluvias y vientos, el Barón de la Florida estaba tomando un café matutino y leyendo la prensa en un bar con vistas al Paseo de Los Tilos, una compañera de trabajo hacía lo propio a su lado en la barra.
- La vida y el rugby producen muertos y tetrapléjicos – comenta el Barón, mientras se masajea debajo de la nuca como suele -, pero las noticias de las muertes de jugadores de rugby siempre agitan nuestras conciencias. En bici puede que haya más accidentes y más graves y en esquí o en montaña, pero, si el rugby es un deporte educativo, quizá no compense poner a nuestros hijos en ese riesgo.
- El ciudadano europeo occidental de cultura judeocristiana tiene obsesión con criar sus niños entre algodones, el riesgo cero no existe – le dice Izadi Haranbourou, vegana militante, excepto con el jamón de Jabugo, su adicción oculta - ¡Ya les gustaría a los niños palestinos solo tener que arriesgarse jugando al rugby! Estáis haciendo generaciones de inútiles con vuestras precauciones.
- Estamos aquí y ahora ¡Y dile a una madre que un placaje ha parado el corazón de su hijo! - replica el Barón que tiene un chaval con maneras de futuro buen tercera línea - El hijo que te ha confiado para que se haga un hombre.
-  Y lo mismo le puede pasar en el tobogán del parque – insiste Izadi con su empatía de andereño -, mira los Yamamani que no vacunan a sus hijos y los mandan a jugar a la selva del Matto Grosso y a bañarse entre pirañas, anacondas y ranas venenosas, así, con esa educación, los preparan para lo que les espera en la vida.
Detrás de la barra, Sergio Belarri fregotea las tazas, como indiferente a las conversaciones de la clientela, y pregunta a nadie en particular:
- ¿Hay Yamamanis de más de 30 años?
 

jueves, 13 de diciembre de 2018

CHALECOS AMARILLOS



Según se sale del pequeño país, donde comienza la inabarcable Francia agrícola, ésa en que las carreteras son el camino mas corto entre dos rotondas y donde las ancianas centenarias mueren al volante, en una de estas rotondas se ha montado una especie de campamento de nómadas pero que es habitado por personas de diferentes edades provistas de chalecos amarillos, de esos que hay que ponerse en caso de que el coche se quede detenido por ahí, hay algunas mujeres pero prevalecen los hombres. Pancartas improvisadas con reivindicaciones genéricas se van ahumando con las barbacoas, saludan a los que tocan la bocina al pasar, interrumpen la circulacion de algunos camiones de distribución de cadenas de supermercados y forman pequeños atascos. Los gendarmes se paran a saludar y, sin mucho esfuerzo, hacen que el trafico reemprenda su marcha… Hiruntchiverry, con su chaleco fluorescente, ha dejado la moto en el aparcamiento improvisado en un campo de colza que permanece no cultivado a unos metros del cruce de carreteras. Se provee de una ración de pizza que reparte gratuitamente – se paga la voluntad -, un comerciante que ha llegado con su rotulada furgoneta y se incorpora al núcleo asambleario mientras come.
- Los tecnocratas de los despachos de París solo piensan en que su beneficio es el resultado numérico – habla una abuela muy pequeña que fuma rubios mentolados al mismo tiempo -, de restar los números de los costes a los números de los ingresos y se olvidan de que los números somos personas, personas que cultivamos verduras, criamos patos y que vivimos en el horizonte del paisaje, allá lejos de su vista.
- Personas que necesitamos el coche para ir a comprar el pan y el Sud Ouest, para ir a correos a recoger los paquetes de la ropa que compramos por correspondencia – sigue un bigotudo colorado no mucho mas grande y que fuma negro – ahora que correos no reparte a las casas, o para ir al médico a por el certificado de defunción o para comprar lo que sea en un centro comercial…
- Y el coche es esencial – dice un tipo delgado con cara de cura enfermizo -, para ir a España por putas y tabaco.
La asamblea se ríe y le trata de todas las variantes de gilipollas que se declinan en francés y en « patois ». Luego siguen hablando de la gasolina y de lo que les afecta en sus ingresos de subsistencia.
Anochece cuando la reunión se va disolviendo. Hiruntchiverry regresa a casa por la autopista, aprovechando que el peaje sigue ocupado por otro grupo de chalecos amarillos.