domingo, 22 de marzo de 2020

EN PELOTAS



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- Y llegó el coronavirus y nos cogió “cagando y sin papel”, bueno sin papel a algunos, otros habían corrido a acapararlo – decía Manu Majors, desnudo, con el agua del mar hasta los tobillos en el arenal de la playa de Es Trenc -. A los implicados en la “Operación Muelle” les cogió en libertad con cargos.
- Les ha venido muy bien la muerte de Martínez – le contestó Jon Galtzagorri, desnudo a su lado, oteando el horizonte, un solo yate enorme a lo lejos -. Supongo que todos le han echado la culpa al muerto, así, llegando a acuerdos con la Diputación de Bizkaia para el pago de lo defraudado, ninguno pisará la cárcel.
- El único que está dentro es el gorila del primo político del difunto mal bicho…
- Se está bien aquí en pelotas, después del confinamiento, aire libre, mar, pasear, nadar…
Los dos hombres, vistos desde la posición donde estaban sus mujeres, Lin y Coro, en las tumbonas amarillas, ofrecían una estampa de vieja película cómica francesa con sus culos de urbanita al aire. Alguna lorza de más en la cintura, Manu más alto y con menos pelos en el cuerpo que Jon, un oso en comparación, eran la imagen didáctica de la evolución del jugador de rugby en función de su posición en el equipo, el tercera línea Majors podría pasar por una versión erguida de “el luchador”, la estatua romana, pero en mármol blanco y a la que el escultor no hubiera logrado rematar precisamente la cintura, el pilier Galtzagorri, sin embargo, tenía algo de “ninot” indultado en las Fallas.
La familia Arriluze había quedado satisfecha con la rendición de cuentas de Manu Majors, deseaban deshacerse de la casa de Mallorca, ninguno de los herederos, y la viuda menos, deseaba volver, así que se la habían ofrecido al abogado para que pasara unas semanas, al acabar el estado de sitio que la pandemia había provocado en Europa.
Atardecía en la playa, el sol caía hacia el horizonte a la derecha de los dos turistas, era la hora de regresar a preparar la barbacoa de la cena.
- El sol se va a poner el pijama rojo – dijo Lin, llegando bella en su desnudez con la luz del atardecer -, como decía mi mamá, es la hora, niños, del baño.
A Majors le gustaba ver a su mujer desnuda, no se cansaba del espectáculo. También Coro, con un cuerpo más difícil de contener en los cánones actuales de la moda que en los del siglo XVIII, llegó y arrastró a su marido al agua en un juego, al final los cuatro se unieron a la batalla de “aguadiñas”, que les quitaba más de cuarenta años de edad.
En la terraza de la chabola de adobe, más tarde, cuando los dos guardiaciviles Fernando Ustarroz y Carmen Camacho, ésta con un embarazo evidente, llegaron vestidos de veraneantes, pusieron música de los años setenta del siglo pasado y bebieron vino rosado navarro frío, menos la teniente, hasta que las risas se oían en la distancia.
- Pues Slobodan estaba en Zrenjanin donde había fundado una escuela de formación profesional para jóvenes sin familia y es un tipo muy apreciado lógicamente – comentó la teniente al final de la cena -, sin embargo, aceptó la extradición fácilmente después de que le hice escuchar el mensaje grabado de Peio, tuve más problemas con las autoridades serbias pero al final lo traje hace una semana y suponemos que enseguida se acabará el sumario.
- La familia Arriluze se ha apartado del caso y no va a ejercer la acusación privada – Galtzagorri dijo resignadamente, no estaba de acuerdo con esta actitud -.
- La fiscalía y la defensa tienen muy avanzado el acuerdo para que se les condene a los dos por homicidio culposo y omisión de deber de socorro a unos cinco años de prisión – Ustárroz continuó -, es un buen acuerdo para los dos y el asesinato queda como un accidente de tráfico.
- Y el asesinato de Martínez de Gurruchaga como un accidente náutico por culpa exclusiva de la víctima que tenía en sangre exceso de alcohol, de orfidal y hasta de viagra, según la autopsia – Majors estaba bastante enfadado con el resultado final que se avecinaba -, y ya está sobreseído y archivado.
- Ahora que éste se nos va destinado a Bilbao tampoco se va a reabrir el caso – Camacho se había puesto de pie y se paseaba con las manos apoyadas en las lumbares -, supongo que va estar muy ocupado con cierta viuda con la que no ha parado de intercambiar whatsapps estos meses ¿No hay otro sitio para mear aquí que esa cuadra?
- No – le contestó Lin - ¿Y tú cómo te quedas?
Desde la cuadra, una vieja cortina de lona mal corrida por puerta, se oyó la voz de la teniente:
- Yo, muy bien, mi pareja ha sido destinado al puerto de Palma y enseguida voy a estar ocupada criando guardiacivilitos…
Fernando Ustarroz se volvió a Majors con una borrachera regular y un último vaso de vino en la mano y le dijo:
- ¿Y la Jussssticia cómo sess queda, eh?
- En pelotas

FIN

P.D.: Si has llegado hasta aquí después de leer los anteriores capítulos, me descubro ante ti. Y te pido un favor, estoy convirtiendo este bodrio de apenas 60 páginas en otra cosa más estructurada y mejor escrita, así que necesito críticas constructivas -las otras ya me las he hecho al leerlo todo seguido -, a efectos de hacer una novela. Tienes mi correo en la cabecera. Muchas gracias.

sábado, 21 de marzo de 2020

AJOARRIERO, UNA RECETA


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José Martínez de Gurruchaga amaneció el viernes muy bien y se afeitó lleno de buenas sensaciones, tenía la cara de siempre, del mal color que se le había quedado desde niño, las ojeras de siempre pero estaba mejor que días pasados y se sentía enamorado de su mujer porque sentía que su mujer también le quería. La verdad es que sentado en el retrete del despacho pensó en principio que se estaba desangrando con una hemorragia de sangre y excrementos pero, repasando mentalmente la entrevista con el guardia civil, no encontró fallos a su exposición de los hechos que se le habían preguntado, todo había ido conforme a lo que había previsto.
Cuando llegó a su casa, su mujer le había preparado la cena, una ensaladilla rusa con mucho bonito como a él le gustaba, además le dio un sobre que le había llevado su primo Peio con una nota en papel comercial de su empresa de planificación de eventos: “Estimado señor: El paquete alemán ha sido devuelto a su origen, siguiendo sus instrucciones. El proveedor nos garantiza personalmente que nunca deja un cliente insatisfecho. Un saludo cordial”. Este mensaje le había dejado relajado, la tensión nerviosa acumulada desapareció de repente, su mujer le volvió a parecer tan joven y guapa como cuando se habían casado hacía más de veinte años, cuando ella apenas tenía dieciocho y él treinta, la verdad es que ella aparentaba incluso quince entonces y él más pero el amor es así. Tuvieron un hijo enseguida, el cachorro le llamaba todo el mundo, al que habían puesto de nombre León. Ahora el único cachorro de la familia vivía en Estocolmo, donde fue de Erasmus mientras estudiaba para Ingeniero de Caminos, y tenía una novia danesa con la que anunciaba una pronta boda para tener hijos. Y su mujer, a la que le había dado todos los caprichos desde un principio y más desde que nació el niño, tenía la galería de arte que le había pagado después de haberle pagado durante años su formación de pintora con cuantos maestros ella había querido, así intimó con Fernández de Lerchundi que se supone que le dio clases de dibujo, entre otras cosas, aunque ella le había jurado la noche anterior que sus celos carecían de causa.
Pensó en tomarse otra viagra pero optó por el medio orfidal habitual desde hacía un tiempo, las fuerzas le podían fallar, Maider se acurrucó enseguida a su lado y le estuvo acariciando suavemente, masturbándole con una delicadeza desconocida hasta que se durmió mientras ella le quitaba el pantalón del pijama y limpiaba las salpicaduras con unas toallitas de papel.
El mero acto de afeitarse perfectamente le hizo borrar de su mente las tormentas recientes, se sintió verdaderamente fuerte de espíritu, un vencedor, un solucionador de problemas. El fantasma de Arriluze podía regresar a su tumba, él se había buscado su fin cuando entró en su despacho y le provocó con aquella serie de acusaciones, con aquel relato de hechos que no solo le podía condenar a la prisión – en su haber tenía cosas parecidas o peores -, sino que le podía condenar al ridículo delante de sus clientes, de sus conocidos, de todo Bilbao… y José Martínez de Gurruchaga no lo podía permitir, no se había hecho como él había planificado, que el buceador le hubiera cogido de los tobillos cuando nadaba en la playa de Es Trenc y le hubiera ahogado, así nadie hubiera dudado del accidente pero el alemán que había contratado Peio era un hombre de acción y había improvisado un atropello, de todas maneras las pistas eran tan embrolladas en Mallorca que era imposible que le relacionasen materialmente con el asunto, quizá el Guardia Civil sospechase pero, como abogado, sabía que las sospechas no son suficientes para un juicio. Y empezó a ocuparse de otras cosas, fue al despacho a hacerlo funcionar, era su gerente, un buen gerente, se reunió con los socios senior en un comité de dirección, las cifras eran estupendas, en las vacaciones siguientes podría alquilar un velero más grande pero, por ahora, se iba a comprar el putter más caro que encontrase y le iba a llevar a Maider a Estocolmo a pasar unos días con el cachorro.

Los viernes hacía jornada continua, comió con Tarabussi un menú del día en el Iruña y se fue directamente a la pescadería de la calle Juan de Ajuriaguerra donde la secretaria ya había encargado el bacalao. El pescatero le había preparado una bolsa con algo más de un kilo del mejor bacalao desalado y desmigado y en otra bolsa unas cebolletas, pimientos verdes, pimientos morrones, dientes de ajo y una lata de tomate, todo de la mejor calidad.
Cuando llegó al puerto deportivo se dirigió directamente a la cocina del catamarán y dejó la compra en el frigorífico, eran aún las 6 de la tarde, comprobó que había cayena en la alacena y que todo estaba en orden, abrió una botella de crianza de Finca Valdeguinea, se sirvió un buen vaso y fue poniendo la mesa para cuatro mientras degustaba el rioja, fueron llegando otros socios a cocinar pero respetaron el fuego que se había reservado. De vez en cuando algún barco grande salía o entraba por la bocana del puerto y las ondas que producía hacían balancearse ligeramente el comedor, añadiendo más ambiente marino si cabe al conjunto. Como la cena era a las ocho, empezó a prepararla a las siete, limpió los pimientos y los cortó en dados, discutió con un pelma que se empeñó en darle unas patatas para añadir a los ingredientes, peló seis dientes de ajo y los cortó en láminas, picó mucho tres cebolletas, luego puso a calentar una cazuela de barro grande con un fondo de aceite a ojo y puso a dorar el ajo, luego añadió la cebolleta y los pimientos y los dejó rehogarse a fuego suave casi veinte minutos, añadió la guindilla y el bacalao, mezclando bien todo con un cuchara de madera, subió el fuego durante un par de minutos, entonces llegaron los otros tres comensales Kepa Gómez de Segura, Diego Ruiz de Azúa y Roberto Fernández de Lerchundi que se empeñó en echar un chorrito de armañac a la cocción pero fracasó en el intento, José añadió la salsa de tomate, bajó el fuego y enseguida dio por concluida la preparación, había preparado bacalao como para seis personas pero la cazuela quedó tan limpia y brillante como para un anuncio de detergente milagroso. Melocotones en almíbar al vino, cafés y copas prologaron la sobremesa hasta que se quedaron solos, como casi siempre, en la sala.
Él se quedó el último a hacer la nota y comprobar que todo había quedado en orden, los otros tres se adelantaron con sed de gin-tónic para esperarle en un pub de una calle cercana en Las Arenas, la cena había salido estupenda, habían hablado de todo sobre todo de fútbol y de mujeres, hubo un par de puyas sangrientas de Kepa hacia Roberto porque la que fue novia oficial de éste durante una media docena de años -al menos, con la que se le veía en todo tipo de acontecimientos sociales -, una directiva de una entidad financiera había salido del armario y se había puesto a vivir con una de sus alumnas en un Master, como era el chisme de la “city” vasca. Roberto intentó besarle en los morros a Kepa y todos se rieron un rato. La verdad es que para la gente que no estaba en el círculo más cercano de Roberto Roberto era un “rarito”, un tipo que podía ser un homosexual frustrado, amigo de todas las mujeres y de todos los maridos, aparte de la ahora lesbiana en la vox populi, no se le conocía pareja femenina.
Cerró la puerta y se dirigió por el pantalán hacia el muelle, las luces de Las Arenas iluminaban tímidamente una noche oscura. El aire yodado y con un toque de gasoil le despejó un poco, pensó que tendría que lavarse bien los dientes y la boca antes de acostarse junto a Maider porque el aliento de dragón que tenía no era el más propicio para hacerle el amor al llegar como ya estaba deseando, la historia de Roberto y su exnovia le había animado mucho, una viagra le vendría muy bien ahora. Y ya no pensó más, dos manos de acero le agarraron por los tobillos y le arrastraron violentamente al agua negra y fría de la ría entre dos yates amarrados al pantalán, perdió el conocimiento antes de darse cuenta que alguien le estaba ahogando, tres minutos más tarde José Martínez de Gurruchaga estaba muerto.
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viernes, 20 de marzo de 2020

PICHA BRAVA


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Lo de « picha brava » siempre le recordaba a Fernando Uztárroz un nombre de guerrero piel roja, algo así como Nube Roja, Cuchillo Mellado o Lanza Rota…  al haberse referido tanto Majors como Martínez al arquitecto como un “picha brava” esperaba encontrarse, lo había dejado para la mañana siguiente, con un guerrero bilbaino, un chicarrón del norte – Majors había comentado que había sido jugador de rugby en el equipo de Arquitectura de Madrid, un clásico del mejor rugby español -, así que le pareció un alfeñique a primera vista, bastante más joven que los anteriores, quizá acababa de cumplir los cuarenta, Roberto Fernández de Lerchundi era un tipo muy normal de algo más que ciento setenta y cinco centímetros de altura, de peso proporcionado, ojos acerados, abundante cabellera castaña y una sonrisa franca.
La intervención de su teléfono no había dado fruto alguno, conversaciones irrelevantes con alguno de los de la lista de relacionados con el difunto, conversaciones irrelevantes con algún amigo y con más amigas. Las intervenciones de los otros durante el día de la ronda de conversaciones tampoco había dado mucho más, aparte de reflejar el creciente nerviosismo del abogado Martínez de Gurruchaga. Así que Ustárroz pidió a la Dirección Operativa que se procediera a las detenciones del abogado y los dos esbirros simultáneamente y se le contestó que se haría el lunes o martes de la semana siguiente y en coordinación con la Ertzaintza para que la Operación Muelle fuera completa en sus dos aspectos, la muerte en Mallorca y los delitos fiscales en Bizkaia, lo que le pareció bien a Ustárroz, no había motivos para tener prisa.
El arquitecto tenía un despacho por la calle Elcano y tenía ganas de hablar. Efectivamente, hablando con Iñigo Arriluze se había dado cuenta de que los socios de éste habían dado un “pase” enorme en el tema de Luchana, los terrenos que él había valorado para el expediente concursal y que habían sido adquiridos a un precio declarado irrisorio, después de pasar por intermediarios ficticios habían sido adjudicados definitivamente a Ipur Beltz Etxebizitzak en un precio bien superior aunque aceptable en el mercado. Arriluze no se había mostrado sorprendido por la puñalada por la espalda que le habían propinado sus tres socios y había estudiado el dossier de la operación con él y le había pedido discreción. El arquitecto seguía teniendo buenas relaciones con todos los que habían intervenido en el desarrollo de la operación especulativa inmobiliaria, eran unos sinvergüenzas pero es lo que hay en el mundo de los negocios, decía. Semanalmente jugaba al golf con Martínez de Gurruchaga en Punta Galea y una vez al mes por lo menos cenaba con él en un “txoko” flotante ubicado en un pantalán del puerto deportivo del Abra, llamado el “catamarán”, una elegante sociedad gastronómica de nombre oficial “Mare Nostrum”, de la que eran socios alguno de los financieros y constructores con los que se relacionaban y donde gustaban de demostrar sus dotes culinarias, precisamente hoy viernes, tenían prevista una gran “bacalada” para cenar, precisó el arquitecto. Arriluze solía ir también pero lo había dejado después de casarse con Begoña, una buena amiga mía por cierto, suspiró con tristeza Roberto. Y él era la última persona que le había visto vivo de aquel círculo, pues fue el que le llevó al aeropuerto a tomar el avión a Palma, le estuvo comentando que dejaba definitivamente el mundo del tráfico inmobiliario y de las obras públicas, que se iba a salir para siempre… y se salió, desgraciadamente, de forma definitiva.
Cuando el guardia civil se fue, Roberto Fernández de Lerchundi se quedó aliviado, le gustaría haber dicho más cosas, llevaba tiempo pensando que a Iñigo Arriluze le habían asesinado, y que le habían asesinado por su culpa, que habían sido sus socios al ser descubiertos en sus manejes mafiosos, y que él empezaba a tener miedo, que no sabía de quién fiarse pero que para vivir – y vivía muy bien, soltero, en casa de su madre, propietario de pisos y locales en los que invertía sistemáticamente sus retribuciones y… -, necesitaba mantener y cuidar esas relaciones, esas apariencias de relaciones. Además, pensó, era un picha brava, era muy discreto en su vida sentimental pero los que le frecuentaban le iban descubriendo. José Martínez de Gurruchaga había descubierto que se estaba “beneficiando” a su mujer, a Maider, ésta se lo había dicho el día anterior, el abogado se había tomado la pastilla necesaria y prácticamente la había clavado contra el colchón del tálamo conyugal y teniéndola así, ensartada, le había suplicado que no le dejara por él –  lo que ninguno de los dos amantes tenía intención de hacer, lo suyo era una relación placentera y sin porvenir -, ella le había negado lo evidente, había llorado y le había dejado convencido. Toda la transcripción de su vida conyugal, inexistente en el último año anterior, se la había hecho Maider en “el picadero”; porque Roberto tenía un “picadero”, un pequeño estudio en una calle cercana, en las proximidades de la vieja alhóndiga, ahora un centro cultural, que procuraba no usar para sus relaciones esporádicas pero cuando cogía cierto cariño a alguna pues lo empleaba para sus encuentros. Ya llevaba más de un año de citas semanales, algunas semanas repetidas citas, con la mujer legítima de su compañero de partidos de golf y Roberto estaba muy contento, aquellos “polvos” le venían muy bien a su creatividad artística, más que polvos eran polvorones se decía. De todas maneras seguía manteniendo una relación similar con una licenciada en medicina santanderina con la que se encontraba en supuestas noches de guardia en establecimientos hosteleros de la costa cantábrica pero era una relación menos intensa, más de modelo y pintor, en realidad de dibujante, ella posaba desnuda, entre asalto y asalto fornicatorio, y él  dibujaba y le regalaba el resultado. El caso es que Maider después de la primera descarga, llegaba corriendo desde la galería y se abalanzaba sobre él, a veces olvidándose alguna prenda puesta o un zapato sin quitar, saboreaba lo que ella llamaba “trompa de elefante al armañac”,  esto es le sumergía el miembro en un copón de armañac de calidad y le practicaba sexo oral hasta que él reaccionaba para tener un segundo embate. Aquellos besos con sabor a armañac de después, a la hora del ángelus en las mañanas bilbaínas, eran el paraíso de Roberto. Pero  la víspera fue el relato de sus cuitas conyugales lo que acompañó al armañac y no hubo repetida erección, no hubo más intento de ruptura de catre después. Y Roberto tenía la impresión de que algo se estaba acabando.
Así que Roberto empezó a hacer un repaso mental de todas las mujeres que el último año le habían sonreído cuando les había dicho, dándoles una caricatura de ella o un dibujo esquemático -siempre llevaba material para ello en los bolsillos y siempre intentaba primero este movimiento de apertura de partida -, “Picasso decía a sus futuras amantes: señorita, yo la he conocido antes, nos encontramos en una de mis pinturas. Yo no soy Picasso, soy Roberto”.
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jueves, 19 de marzo de 2020

LOS BOCHEROS

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Mientras Majors y Galzagorri iban de misión a Colindres, Ustárroz realizaba la ronda programada de visitas a los socios de la promotora inmobiliaria Ipur Beltz Etxebizitza y a su abogado en Figueruelas y Asociados, había dejado para el día siguiente, un jueves, las restantes de los del círculo de bilbainos relacionados con el difunto. Como por las noticias de Madrid era consciente de que la información sobre los delitos fiscales descubiertos gracias a los archivos desencriptados iba a ser transferida a la Ertzaintza por decisión de la superioridad, se quiso centrar cuanto antes en los que más motivo tenían para desear la eliminación de Arriluze, antes de que las circunstancias le obligaran a interrogarlos como investigados, con todas las formalidades que el interrogatorio en dependencias policiales necesita, tanto para investigados como para testigos. Le gustaba más el modo de operar hablando en domicilios y centros de trabajo, conocer el entorno de las personas implicadas en cada caso y sacar sus deducciones. En su mente la figura del “nervioso” Martínez de Gurruchaga estaba cada vez más en el centro, de los otros no se habían intervenido más que conversaciones banales, aunque en alguna de ellas se habían dado indicios de otras actividades ilegales del mismo tipo que las que les iban a llevar al banquillo en el futuro y que los especialistas de la Unidad Central Operativa habían comprobado sin prisas pero sin pausas con los archivos de Arriluze, luego la prensa hablaría de la “Operación Muelle”.
Había dejado a José Martínez de Gurruchaga para el último del día, así, si estaba nervioso, se iba a poner más, porque los otros, lo sabía por las conversaciones intervenidas, le iban a ir relatando las entrevistas con él.
Las tres oficinas de cada uno de los socios Ortiz de Zárate, Ruiz de Azúa y Gómez de Segura se distribuían por la villa, la primera que visitó estaba en un local comercial por Uribarri, detrás del Ayuntamiento, la segunda en una entreplanta de una nave industrial por encima de Altamira y, por fin, la tercera en un edificio de oficinas, cerca de la Plaza del Sagrado Corazón. Si por fuera eran bien distintas, su interior era muy similar, la misma secretaria recepcionista telefonista muy atareada que parecía haber posado para un clásico calendario de camioneros, la misma puerta abierta por la que se veía la oficina técnica con mesa de dibujo tradicional y el plóter conectado al ordenador que dejaba caer planos enormes al suelo, la sala de reuniones decorada con fotos aéreas de edificios recién terminados, el despacho grande y desordenado pero confortable del jefe… todo absolutamente anodino, como anodinas fueron las conversaciones.
Todos y cada uno confesaron abiertamente que estaban hartos de Arriluze, un socio excelente, lleno de contactos, que siempre les había abierto todas las puertas en todas las administraciones de todos los colores, con una reputación de serio y trabajador como pocos, que lograba la colaboración de los bancos a los que convertía más en socios de cada promoción que en simple cajeros a comisión desproporcionada… y, de repente, el año anterior a su muerte había empezado a “tocarles las narices” o “los huevos” o “los cojones” con temas burocráticos y contables, viendo pegas en trámites comerciales rutinarios, exigiendo que las auditorías, hasta entonces sin problemas, fueran realizadas por un auditor que él proponía y que nadie quería en Bilbao. Y el colmo había llegado con su pretensión de salirse de la sociedad, comprarle su parte era difícil pero no imposible, lo que les fastidiaba era tenerlo fuera, la pérdida de su modo de funcionamiento con unos y otros, podía ser un competidor terrible en un mercado limitado, donde los nombres se repiten en todo tipo de obras públicas y privadas, ya estaban resignados a su salida, cuando se produjo el accidente. Los tres hablaron del accidente, trágico accidente, lamentable accidente, absurdo accidente… ninguno iba a Mallorca habitualmente de vacaciones, tampoco eran de su cuadrilla ni jugaban al mus con él después de alguna cena en un “txoko”, cada vez menos frecuentes por cierto, cada uno matizó, sin embargo Arriluze sufría con el Athlétic y se alegraba con un buen resultado por lo que, a veces, raras veces, les invitaba a cenas en los mejores restaurantes de la Villa para celebraciones…
Gradualmente en cada conversación, Ustarroz fue incrementando el tiempo que dedicaba a preguntar sobre lo que su interlocutor sabía de las relaciones del muerto con el abogado Martínez de  Gurruchaga y lo que sabía de éste fuera de lo estrictamente profesional, sus estancias en Mallorca o en Suiza, además lo hacía al final y dando muestras de interés en el tema.
Así que, cuando a última hora de la tarde se dejó caer por las instalaciones de Figueruelas y asociados, suponía que el abogado estaba ya convencido de que el Guardia Civil venía a por él y no le extrañó que le comunicara que iba a estar acompañado de otro de los abogados del despacho -ninguno de los socios de Ipur Beltz Etxebizitzak lo había pedido y, de hecho solo tomó unas pocas notas con su espantosa letra -. El compañero de Martínez tenía cara de pastor de cabras a pesar de su elegante traje de chaqueta cruzada y de sus gafas americanas de montura dorada, Enrique “Kike” Tarabussi era un penalista asentado en plaza desde hacía años.
Ustárroz insistió en el carácter informal de su visita en aras de comprobar las circunstancias que habían rodeado la desaparición  de Iñigo Arriluze y que era pronto para saber si iba a abrirse una investigación formal más allá de la instrucción seguida en Manacor que ya había dado sus frutos con dos posible autores detenidos y en prisión provisional.
Así que empezó hablando de Mallorca, efectivamente Martínez de Gurruchaga tenía un apartamento en la isla, no una casa como decían los rumores, un piso grande de casi 1.000 m2 en el corazón del casco antiguo de Palma, en el último piso de uno de los palacios suntuosos de la ciudad pero nada de particular, él envidiaba la sencillez de la casa de campo de Arriluze pero su mujer, una artista, amaba la ciudad incluso de vacaciones y en el lado norte del edificio se había habilitado un estudio de pintura, su mujer pintaba bastante y, a veces, acertaba con alguna de sus obras – un cuadro en el que se degradaban en bandas horizontales distintos tonos de naranja y marrones presidía la sala de reuniones en que estaban -, como aquel paisaje mallorquín – y señaló con la barbilla hacia la pintura, las manos inmóviles sobre la mesa -. Solía salir en  velero y alguna vez  acercarse a la playa de Es trenc, Arriluze que era un nadador se acercaba al barco y hablaban en cubierta pero no eran especialmente amigos, vecinos de escalera, vecinos en el trabajo, precisó. Cuando se casó con una de las abogadas del despacho, una mujer preparadísima, se trataron un poco más pero sin llegar a ser amigos, de hecho no era ni cliente del despacho directamente hasta que, por mediación de Begoña, su mujer, confió un par de asuntos intrascendentes a la sociedad de abogados. Pero, como los socios mayoritarios de Ipur Beltz Etxebizitza eran efectivamente socios de toda la vida del despacho, le había tratado profesionalmente en los temas de esta sociedad, temas urbanísticos sobre todo, en los que descubrió que era un gran profesional, un hombre con una gran capacidad de trabajo y facilidad para solucionar problemas que otros juzgaban irresolubles. Habían surgido pequeñas diferencias en los últimos tiempos sobre cuestiones de las que no podía hablar por deontología profesional, problemas normales en una sociedad mercantil, una compañía es como un matrimonio con más componentes y en todo matrimonio, sea o no un “ménage à trois”, hay sus problemillas. No podía comentar nada, el secreto profesional obliga, de viajes profesionales a Luxemburgo, a Suiza o a la Isla de Man pero estaba seguro que nunca había coincidido con Arriluze en algún viaje, alguna vez se habían cruzado en el aeropuerto de Loiu pero todo Bilbao se entrecruza en Loiu, así que no podía decir nada. Jugaba, todas las semanas, al golf con Roberto Fernández de Lerchundi, el arquitecto, éste era más amigo del fallecido que él pero no le había comentado nada de que Arriluze estuviera inquieto o tuviera enemigos, antes, cuando ETA estaba en su apogeo, le veía tomar precauciones pero como todos, los socios del Club Marítimo eran socios de estar en la lista de víctimas de la banda. Iñigo no era precisamente un “picha brava”, el que lo era de verdad, como se sabe, es Fernández de Lerchundi, al decirlo miró fijamente el cuadro pintado por su mujer. Al primo de su mujer, Peio López Iruraiz, claro que lo conocía, desde que se había acabado lo de ETA lo trataba menos, alguna vez les había organizado un evento festivo para el despacho y también se lo cruzaba en los “vernissages” de las exposiciones en la galería de su mujer.   No sabía nada que Peio hubiera ido a Mallorca últimamente, quizá a hacer submarinismo en Cabrera o así pero no había pasado a saludarle.
Cuando Fernando Ustarroz abandonó el despacho a las 9 de la noche, solo quedaban los tres y la recepcionista, José Martínez de Gurruchaga fue al retrete y vació su intestino como se vacía un pantano por un agujero de salida al pie de la presa.

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jueves, 12 de marzo de 2020

FÊTES DE VILLAGE

(Traduction et adaptation au français d'un monologue de MIGUEL GILA)


Les jeunes ne savent plus s'amuser, toute la journée au téléphone, à envoyer des conneries aux filles ... Bordel ! Nous, aux fêtes du village, dans le temps nous nous amusions bien, tous les garçons ensemble et les filles chez elles à préparer le goûter!
Je m’en souviens de cette année…  quand le premier jour pour commencer on avait la cocagne, nous avons mis un mât rond enduit de savon au milieu de la place et un jambon en haut et celui qui l'atteint, pour lui ! Et tous les garçons, couteaux ouverts,  qui attendaient en dessous et celui qui glissait :  Tire pour le haut ! Quelqu'un a dépassé le jambon même ! Oh, putain !
Et quand le championnat de force a eu lieu. Nous avons mis une pierre au milieu de la place, comme ça grande ! et avec un élan à une distance d'une quinzaine de mètres, il fallait la briser à coups de tête. Bibi l'a  fait, avec deux coups bien donnés et quand nous allions lui donner le prix, le con est mort, par vanité, parce qu’il avait dit : moi, sans béret, avec la tête nue. Quel couillon !
C'est que lors des fêtes, nous avons passé des bons moments car nous étions très amateurs des blagues… Ouache !
Je me souviens, il y a des années, quand ils ont mis les nouveaux fils d’électricité, de haute « trahison », que nous avons dit à Lolo  qu'ils étaient pour le linge, il a grimpé, il s'est accroché. Quand il est tombé au sol, il ressemblait à la cendre d'un cigare. Le maire a dit, que personne ne souffle jusqu'à ce que le juge arrive et le crétin de médecin disait: laissez-moi lui donner le vaccin antitétanique ! Et ce que nous avons ri ... Mordieu ! Mème son père disait : vous m’avez laissé sans enfant mais j'ai ri ...
C'est parce que le père avait été un farceur. Le papa de  Lolo un an pour le tue-cochon, il a mis toutes les poudres venimeuses qui lui avaient été données à la coopérative pour tuer le doryphore… il les a mis dans un boudin, bien pressées, et il est allé au Bar du Marché. Goûtez ! Goûtez ! Goûtez ! Tonton Titou a dit « il semble un peu trop piquant »...  furent ses derniers paroles.
Et pour bonne blague, celle que nous avons faite au pharmacien, il repose en paix depuis lors ! Il était à la pharmacie de garde, et il expédiait par la petite fenêtre, nous avons mis l’ordonnance un peu loin, il a sorti la tête pour la lire, et avec un piège pour loups, crack, !!! Et sa femme s'est mise en colère, la vieille dégueulasse. Comme ma mère lui a dit, si tu ne supportes pas une blague, quitte le village !
Aussi une bonne blague, celle que nous avons faite à Antonin, le jour de son mariage. Nous avons enlevé la mariée, nous l'avons jetée dans la rivière et on a mis une mule dans la chambre d’Antonin... et jusqu'à ce qu'il fasse jour, il ne s'est pas rendu compte ... Et le lendemain matin, quand nous lui avons demandé, il a dit: -  je n'ai remarqué que des peluches dans le museau ... Enfin, comme si ça ne se voit pas la différence dans la taille des dents. Et comme nous avons tous dit et  la queue? Il dit:  je pensais que c'était une tresse ...
Quand nous passions le meilleur moment, c'était lors des mariages. Lorsque Coco s'est marié, nous avons couvert toutes les fenêtres de boue, chaque fois qu’il se levait il disait - il fait encore nuit - et il se couchait à nouveau… l’idiot.

(Droits d'auteur: succession de Miguel Gila)

lunes, 9 de marzo de 2020

PARTIDAS SIMULTANEAS

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Ustarroz recibió la información de la Teniente Camacho a lo largo del día. Una vez identificado el serbio le fue relativamente fácil reconstruir sus pasos por las islas, así en plural, porque Kovasevic había pasado tranquilamente a Ibiza, allí había pasado unos días de relajo cómodamente alojado en un apartamento de una compatriota que regentaba un establecimiento de hostelería nocturna por San Antonio y había volado a París con un pasaporte y un billete a nombre de un conocido escritor y político francés de origen alemán. También el servicio de escucha le pasó el aviso de la reunión concertada entre los dos sospechosos pero sin poderle precisar mucho porque hablaban poco y brevemente entre ellos, posiblemente sospechando de posibles intervenciones telefónicas. Veía con más claridad que de un momento a otro debería ordenar la detención de Martínez de Gurruchaga y de los dos esbirros. Las huellas digitales, las identificaciones realizadas por la empresa que había alquilado el coche, las de las mujeres de Santanyi, los movimientos constatados…   ya le parecían suficientes para que los dos ejecutores pudieran ser condenados y una posible negociación con ellos podría llevar a que cantaran quién les había encargado el crimen pero… las pruebas contra Martínez de Gurruchaga eran escasas sin esa colaboración hipotética y el teniente no las tenía todas consigo, los serbios tienen fama de duros, los militares suelen tener una gran formación previa a los interrogatorios y quizá lo de delatar al cliente no entraba en su concepción del mundo y de la vida.
Decidió seguir personalmente con las visitas a los sospechosos, dejando para último lugar la del abogado José Martínez y solicitó que agentes de Cantabria se encargaran de seguir los movimientos del serbio y comprobar la realidad del encuentro con su colega  bilbaíno en el “lugar de costumbre” que no podía ser otro que el centro de buceo en el puerto santanderino de Colindres. Se encontró la pega de la falta de efectivos crónica de la guardia civil, el comandante le dijo que no podía desplazar a nadie para tan irrelevante misión y que de Santander menos.
Manu Majors llamó a Ustarroz para invitarle a comer al día siguiente, quería informarle que se había enterado de las costumbres de Martínez de Gurruchaga, con quién éste jugaba al golf cada semana en Punta Galea, con quién cenaba los viernes en un txoko flotante sito en un pantalán del puerto deportivo de El Abra, con quién viajaba a Lugano (Suiza) una vez al trimestre, en realidad los nombres se repetían con los miembros de la sociedad de promociones inmobiliarias, con los culos negros como Galtzagorri y él les llamaban. No tuvo tiempo de decirle nada, el teniente navarro le dijo si Galtzagorri y él tenían algo que hacer el día siguiente y si podían ir al puerto de …
Mientras llamaba a Galtzagorri que se apuntó a la misión que se vaticinaba se dirigió a la desangelada cafetería del Hotel Conde Duque donde había quedado con Ustarroz, en ella convinieron que los dos abogados debían comprobar visualmente, sin acercarse ni correr riesgos, si el encuentro entre los dos esbirros tenía lugar, nada más. Y luego avisarle y darle una descripción de lo que hubieran visto y, sobre todo, una impresión, si el lenguaje corporal de los dos delataba algo.
La idea del teniente era que la cita iba a tener lugar a la tarde, a última hora, como al atardecer pero habría que comprobarlo, o sea que si podían pasarse el día por allí, sin llamar la atención, pescando por el muelle o reparando alguna embarcación…
Al día siguiente, en cuanto El Corte Inglés abrió sus puertas, Majors y Galtzagorri entraron con los primeros clientes, media hora más tarde salían con un par de bolsas de los grandes almacenes comentando sus adquisiciones:
- ¿Cómo se llaman los dos detectives de las aventuras de Tintin? - decía Galtzagorri -.
- Hernández y Fernández en español, me parece, y Dupont-Dupont en francés, creo.
- Pues tengo la impresión de que vamos a parecer los dos detectives camuflados de tripulantes del Ramona comandado por el Capitán Haddock…
- En Colindres no hace falta que pasemos por otra cosa que por dos pijos santanderinos que acaban de desembarcar de un yate y que esperan que les aprovisionen antes de volver para casa.
Tres cuartos de hora más tarde estaban por Colindres viendo barcos pesqueros, ubicando el centro de buceo entre los locales industriales, ocupados por pequeños talleres y algún almacén de suministros, solo había un bar, La Venta, entre el muelle de los pantalanes del puerto deportivo  y el local de la empresa de buceo, dejaron el coche lo más cerca posible de este último con las bolsas de sus compras matutinas en el cofre y se dieron una primera vuelta andando hasta el último pantalán.  Como eran conscientes de que tenían tiempo se fueron andando a comer algo a un restaurante junto a la carretera nacional, saliendo del recinto portuario y que con gran imaginación se llama El Puerto pero tiene una buena relación de calidad y precio. A las 5 de la tarde entraron alternativamente al coche y se vistieron de marinos de la zarzuela Marina en un montaje hortera, con pantalón blanco, un polo blanco a rayas azules horizontales y unas gorras azules tipo beisbol pero con un ancla bordada en blanco, los zapatos náuticos los traían puestos. Luego Galtzagorri se quedó sentado en el coche mirando hacia la entrada del local y Majors se situó en la terraza de La Venta, un par de mesas adosadas a la pared, con un libro en inglés, una novela de Patrick O’Brian que ya había leído.
Era tan evidente que no era marino que no llamaba la atención de ninguno de los parroquianos, incluso una rotunda madre de familia, que cuidaba de que un mocoso que apenas andaba no se cayese demasiadas veces al agua, más bien barro porque era marea baja, desde el muelle, y que se acabó sentando en la silla que permanecía libre en la mesa que ocupaba, se dirigió en inglés a Majors, que le respondió con su mejor acento guiri.
La furgoneta rotulada DIVNA ETT se paró a las 18,30 en punto en la esquina del bar que daba hacia el aparcamiento. La moto llegó simultáneamente  a la otra esquina por el lado del muelle y los dos hombres entraron al interior de la taberna para salir inmediatamente con una jarra de cerveza cada uno, no había sitio en la terraza, ocupada por abuelas y niños y un inglés que le cantaba desentonadamente  a uno de los niños una canción infantil mientras agitaba su mano abierta delante de sus ojos, algo así como “Five small wolves”.
Los dos esbirros reían y bromeaban cordialmente al borde del muelle mirando hacia la ría, el bilbaino hablaba sobre todo y el serbio asentía, al cabo de media hora se acercaron de nuevo hacia la terraza desde la que Majors les había estado observando, Galtzagorri había desplazado también el coche y desde su interior hacía fotos con un teleobjetivo. El serbio dejó las jarras vacías en la mesa de Majors y aprovechó para leer el título de la novela, luego le sonrió, el otro se había puesto el casco y se fue en la moto hacia la carretera.
Kovasovic se montó a su vez en la furgoneta y se dirigió hacia el local del centro de buceo, aparcando frente a la puerta, Galtzagorri tuvo que mover el coche de nuevo para poder enfocarle mientras cargaba con un equipo completo negro de buceo, aletas, gafas, bombonas y plomos, luego se incorporó al tráfico en dirección de Santander.
Los dos abogados, vestidos de marineros se marcharon en dirección contraria y se pararon en Castro Urdiales ya de noche donde entraron a un aparcamiento subterráneo para abandonar su camuflaje, sentarse en una terraza y enviar las fotos a Ustarroz a través de un smartphone.
- ¿Para qué habrá cogido el neopreno? - el teniente se preguntó en voz alta, como si las paredes de su despacho le podrían responder.
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