El 2 de marzo, domingo, un día soleado y frío, paseando por el Cementerio Americano de Normandía, encima de Omaha Beach, desde el balcón de los acantilados se ve la línea de playa, sobre la arena hay un grupo que corre, posiblemente un equipo de algún deporte. Es fácil revivir las escenas del 6 de junio de 1944, documentales y películas que han sido hitos de nuestra formación nos han dejado imágenes en la memoria. No estamos solos, hay familias francesas, algunas parejas también, quizá de escapada romántica en « amoureux » como nosotros, grupos de adolescentes, escolares británicos de un lado, bastante ruidosos, escolares franceses de otro, más silenciosos y más pieles oscuras en éstos, algunas niñas provistas de esas tocas de monja que proclaman una familia con una interpretación formalista de la literatura religiosa que un jeque mandó escribir para imponer su sanguinario poder hace siglos.
Las interminables hileras de cruces blancas acongojan, también hay algunas estrellas de seis puntas, pocas, no se ven símbolos de otras tendencias religiosas, en el muro de los muertos hay nombres que suenan a otras culturas, posiblemente a otras religiones, es de suponer que a los cadáveres de ateos les ha caído encima un símbolo de ésos en función de ignotos criterios – hay un centro de información con respuesta a mis preguntas pero paso de ir, hay mucha cola -, también recuerdo que había pieles rojas en las películas luchando por estas playas ¿Habrán cristianizado sus despojos ?
Los niños juegan corriendo por este paisaje desolador, los padres están ocupados con sus teléfonos llenos de mensajes importantes, los niños se meten donde no deben y se hacen daño, habría que darle una hostia a todos y cada uno de los padres y madres que hacen que sus niños, que se ahogarán en la piscina el próximo verano mientras sus padres leen un mensaje prescindible, perturben el recogimiento con el que recorremos este monumento a la estupidez de la especie humana.
Hacemos alguna foto a las praderas verdes y blancas, es inevitable, pero no nos hacemos autorretratos, todo recuerda la estética en colorines de las películas de héroes yanquis y, sin embargo, estamos en Francia, en Normandía y queremos recordar a aquellos jóvenes americanos que vinieron a luchar, desde donde sus familias o ellos mismos habían ido a buscar una vida mejor, para morir en este bello rincón de Europa. Pienso en sus familias y pienso en la mía, los sentimientos se revuelven en mis ojos pero no se me escapa una lágrima. « Make America Great Again » musito y me digo, digo a esas cruces que no me pueden oír, « Make America Great Again, as they made ». En verdad, quienes hicieron de verdad la grandeza de América, si alguna vez hubo grandeza en el egoísta imperialismo de las élites americanas que solo se movieron por interés, son estos muertos, estas familias proletarias que enviaron a matar y a morir a sus hijos para obtener la migaja de una naturalización en aquella tierra robada a sus habitantes.
Durante mi paseo, me acuerdo mucho de ese tipo, de ese descendiente de alemanes que ahora representa a su amigo ruso en USA - ¡Qué par de mafiosos ! -, de lo insoportable de su imagen en sus visitas ensuciando la memoria de estos muertos de usos múltiples. No sé por qué le mando un mensaje telepático : « Donald, it's time to give Alaska back to the Russians. »
Y me acuerdo de los versos de Bécker mientras busco el coche en el inmenso aparcamiento de este Parque Temático para atracción de turistas y que es, sin embargo, muerte, muerte, muerte...
No hay comentarios:
Publicar un comentario