Aunque la villa es
una casa actual, muy actual, por fuera, con una línea arquitectónica
angular y simple, una fachada plana de tonos grises, su interior es
más confortable y caluroso, sillones de cuero chesterfield en el
salón, muebles coordinados, algunos bibelots caros y un par de
cuadros contrastados de buenas firmas vascas. No hace falta entender
mucho para saber que el coste de todo aquello supera el salario de un
funcionario, por muy alto que sea, y que los ingresos de quien ahora
se puede permitir esta vivienda y alguna otra residencia secundaria,
además de los coches que se encuentran en los garajes inferiores,
son más propios de un exitoso especulador financiero. Sin embargo,
esa casa es la vivienda de un director provincial de una
administración pública en una pequeña provincia española, quizá
la más pequeña, y, antes de participar en el poder que da el
procedimiento administrativo a quien tiene la facultad de resolver,
Carlos no tenía más que una hipoteca sobre un piso en que vivía
con su primera esposa, ahora es el dueño de todo lo que le rodea y
de la botella de whisky Johnnie Walker con etiqueta negra que está
terminando de escanciar en el vaso de su interlocutor, una visita
nocturna que últimamente se ha hecho diaria porque los
acontecimientos se están precipitando. Deja la botella vacía en el
suelo junto al sofá que ocupa y alcanza una igual nueva del pequeño
bar sobre ruedas, se sirve también una generosa dosis.
- Mikel, no bebas
tan rápido que me cuestas una fortuna -dice Carlos con cierta
cordialidad al que ya ha bebido el alcohol sin darle el mínimo
reposo sobre los cubos de hielo-, y cuéntame la idea que has tenido.
- El fuego destruye
todo, siempre que sea un gran fuego y que obligue a los bomberos a
intervenir ¡Lo que no se carga el fuego, lo destrozan los bomberos!
No podemos sacar de tu despacho más que cuatro cosas pero dejas
detrás de ti sin remedio demasiadas pruebas -Mikel se sirve de nuevo
para dejar bailar los cubitos en el líquido ambarino-, y no sabemos
quién puede recoger eso y, como dices, eso es una bomba.
- He estado dando
vueltas a las alternativas y tampoco encuentro otra mejor. Yo he
sacado esas cuatro cosas que dices y las he quemado aquí abajo, a
pesar del cuidado y de desconectar las alarmas, algún vecino me ha
preguntado si había tenido un incendio en el garaje.
No hay entusiasmo en
la voz, en realidad no hay entusiasmo en ninguna de las voces, hay
silencios, se miran los dos hombres.
-¡Hay que encontrar
quién pueda llevar a cabo la operación comando! -Suspira Carlos y
bebe, ya la segunda botella ha perdido prácticamente la mitad de su
contenido-. Quizá alguno de mi pueblo que me debe unos favores le
pueda hacer venir, lo dejo encerrado en el baño de mi despacho, que
salga a la noche, yo dejo el armario ignífugo abierto, le pega fuego
y aprovechando la confusión sale corriendo del edificio.
- Las cámaras lo
van a grabar y si lo cogen te van a ligar con él enseguida -Mikel
chasquea la lengua con un sonido de desprecio hacia la idea-, entre
mis clientes hay un vigilante jurado con el que he coincidido en
noches de vampiro por esos sitios y que se me ofreció para cualquier
cosa, de hecho me dijo que era un profesional de dar palizas por
encargo y he estado pensando en emplearlo para darle un par de
hostias a alguno que le tengo muchas ganas.
-Los vigilantes
jurados son policías frustrados, es gente con vocación de “poli”
que no ha sacado ni una plaza de “munipa”, no sé si son muy de
fiar.
-¿Qué hay más
parecido a un delincuente que un policía? ¿No dices que los mayores
defraudadores al fisco son los antiguos inspectores de hacienda?
Además éste trabaja en la empresa que vigila el edificio. Yo le
pido un presupuesto, le digo lo que queremos como si fuera cosas mía,
si acepta ya hablaremos tú y yo.
Carlos asiente al
plan, en su agobio no ve salidas a su situación pero a la vez que
desea que arda todo su archivo y, si es preciso, todo el edificio de
hacienda,una alarma roja en su cerebro le avisa de que tiene que
sopesar los riesgos, que tiene que elaborar un plan personal y
secreto para cuando las cosas salgan mal. Porque desde niño siempre
ha tenido pensado lo que hay qué hacer cuando se tuercen las cosas,
si uno solo piensa en que las cosas van a salir bien está perdido. Y
él nunca estará perdido, él es un ganador. Mañana por la mañana,
solo y sin “etiqueta negra”, hará el desarrollo de todas y cada
una de las posibilidades.
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