El
modelo de bar irlandés se repite en todo el mundo, las maderas
oscuras, los espejos serigrafiados, los vidrios, los bibelots de
tiempo pasado, las cervezas repetidas, las camareras con cara de
estar agotadas… si la música no está demasiado alta, se puede
hablar sin mucho esfuerzo. Como lo deben de estar haciendo dos
hombres de traje y corbata junto a la barra, uno con media pinta de
cervez rubia, el otro con una pinta de cerveza negra.
-
Cuando se murió tan repentinamente tuvimos que limpiar su despacho.
Tuvimos, porque lo hicimos otro colaborador de mi confianza, Mariano
como te imaginas, y yo. Sabíamos que lo que íbamos a encontrar no
era conveniente que lo vieran las empleadas y, aunque todos los
socios sabíamos cómo era, la mayoría quería seguir aparentando
que lo ignoraba.
Lorenzo
miraba su reflejo en el bar de detrás de la barra mientras hablaba,
se observaba el flequillo sobre la frente, de vez en cuando lo
corregía, no miraba a los ojos de su interlocutor, con su color
cetrino, sus ojeras, su voz cansada, iba recitando sus frases, como
un mal actor, en tonos descendentes y, solo cuando el que le oía le
hacía un gesto de incomprensión, después de un sorbo de cerveza,
alzaba un tono la voz para volver a su relato e iniciar un nuevo
descenso en escalera..
-
Llenamos bolsas de basura con revistas, fotografías, vídeos…
pornografía de todo tipo con todas las aberraciones que puedas
imaginar, cremas, pomadas, pastillas de colores, consoladores,
anillos, manoplas de látex, esposas, bragas, fustas, yo qué sé, un
verdadero sótano del museo del erotismo más cutre repartido por
cajones, armarios y archivadores.
El
otro, que aparentaba escuchar, sonreía con sus ojos entrecerrados,
todo lo que le estaba diciendo lo sabía perfectamente desde mucho
antes pero tenía interés en saber a qué venía esa repentina ganas
de confesarse con él, el ex-socio maldito que se había alejado unos
años antes de aquel depravado, al que había conocido en una lejana
infancia y con el que había fundado la sociedad.
- En
el ordenador opté por sacar el disco duro y encargar que pusieran
uno nuevo, así que también lo metí en una bolsa de basura. Luego
nos fuimos a una “dechetterie” de un puto pueblo perdido en las
Landas y nos deshicimos de todo ese caudal relicto.
Seguía
mirando el flequillo en el espejo, unas veces subiendo el extremo del
pelo, otras veces bajándolo hasta las cejas pero quien le oía
estaba convencido que mentía, que seguramente había hecho una
selección personal de recuerdos para él, que las aficiones eran
compartidas, que lo arrojado en el basurero francés no era todo.
-
Fue una limpieza absoluta. No dejamos nada que pudiera ser recogido
por quien pasase después. Tenía ganas de que lo supieras, de que
alguien más supiera que nada ha quedado de aquel pasado entre
nosotros, que esas historias que se cuentan por ahí sobre lo que nos
repartimos con las empleadas son fabulaciones...
-
Nunca hagas caso a la rumorología -le contestó el sonriente
bebedor de cerveza negra-,
en
este pueblo la línea entre la realidad y la ficción se diluye
fácilmente en alcohol, yo no sé nada, no he escrito nada en mi blog
y no pienso escribir nada al respecto, querido Lorenzo.
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