Desde
que se ha jubilado, Oliverio Talón está desbordado de ocupaciones,
las tareas del hogar que, cuando no las hacía él sino su mujer, le
parecían nimias ahora le llevan mucho tiempo, los papeleos y
formularios que hay que rellenar periódicamente por vía telemática
para poder cobrar una miserable pensión mensual le agobian, echar
una mano a hijos y nietos que ahora se acuerdan de él con más
frecuencia le priva de pensar en el rugby, en el rugby.
Oliverio
Talón esperaba su jubilación para poder ir a ver los
entrenamientos, departir con los dirigentes, conocer a los muchachos
que se iban incorporando, dar consejos -siempre le ha gustado dar
consejos que nadie ha seguido nunca-, asistir a los partidos, incluso
seguir a alguno de los equipos, a ser posible el primer equipo, en
sus desplazamientos… pero nada. Se le pasan los días, unos iguales
a otros, y cuando su esposa regresa del trabajo -ella que compaginaba
su propia carrera con la gestión de la vivienda sin inmutarse mucho,
solo un poco-, teme incluso su pregunta. - ¿Qué has hecho hoy?
Nada,
piensa Oliverio, mientras pasa una vez más el aspirador por la
alfombra de migas y chocolate que han dejado un par de griposos
infantes enfrente del sofá esta tarde, pero encuentra la revista
mensual de rugby que no ha leído siquiera desde que la recibió hace
unos días, se había escondido, con esa inteligencia malvada de los
objetos sin alma, junto con el periódico amarillo, tampoco leído,
entre el sofá y la biblioteca.
Oliverio
apagó el aspirador, se sentó en el sofá y extendió sus piernas,
apoyando las pantuflas sobre el aparato silencioso, abrió la revista
por su primera página, la del editorial con el que nunca estaba de
acuerdo. Y en ese momento oyó las llaves en la puerta del piso.
-
¿Qué has hecho hoy?
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