Hace setenta años D. José Ortega y Gasset refugiándose de aquella guerra entre españoles –y, por tanto, también entre vascos-, recaló en
El nacimiento de mi primera nieta Daniek Isabel me ha llevado a Leiden estos días y a alojarme en la misma y confortable hospedería. Encontrarme con Ortega en Holanda –su foto más conocida y otros recuerdos por sus paredes-, lejos de la cacofonía de Ibarretxe, Azkarate, De Juana… pedaleando entre parques y canales, ha sido una experiencia gratificante también. Tengo la sensación de haber estado huyendo de Ortega toda una vida para topármelo en este feliz atardecer de la misma. Creo que no he leído nada del filósofo y lo que ojeé en mi adolescencia intelectual me aburrió.
¿Le dejarían una bicicleta como a mí o tuvo que alquilarla para ir a clase? Porque no dudo que anduvo sobre dos ruedas y que sus pensamientos ensombrecidos por las noticias españolas y los presentimientos de la inevitable confrontación que vendría se enriquecieron con aquel ejercicio físico, inevitable en Holanda. Algunos de sus colegas caerían más tarde ante los pelotones de fusilamiento y él regresaría a
Es hora de que me reconcilie con Ortega, al menos con su inmensa obra, y con Gasset, que los dos eran buenos –como dijo el sargento intelectual de la mili que nunca hice-.Este ejercicio debe ser enriquecedor aquí en momentos en que las obscuras obras completas de Arzallus SJ –que como Ortega pasó por Deusto-, han adquirido vida y nos asedian totalmente.
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