Se despertó sin necesidad de alarma. Su legítima roncaba acompasadamente en un tono medio a su izquierda. Decidió que no merecía la pena despertarla y le dejó un imperceptible beso sobre la franela del pijama de su hombro. Se incorporó suavemente notando la molestia en la espalda que le recordaba aquel ensayo en el Central de la Universitaria. Buscó las zapatillas a obscuras en la fría tarima. Le espabiló del todo una punzada en el tobillo izquierdo, siempre que se le enfriaba el pie, el peroné se quejaba desde que se lo partió en el negro barrizal de Landare. Pero aquello había pasado hacía tantos años, no lo podría precisar, que con un poco de agua caliente en la ducha se le iba a pasar inmediatamente. La cicatriz en la rodilla, donde la espuma del gel formaba una trenza blanca, le solía molestar más cuando hacía algo de ejercicio para mantener el volumen de la barriga dentro de un límite aceptable. Sus ligamentos le saltaron en un pedregal aragonés donde jugaron una repesca forzada contra aquellos valencianos que luego ascendieron injustamente a su costa. La cicatriz bajo el cabello –la acarició al darse el champú-, pudo haber sido su lesión más grave... aquel taconazo que le dieron en un barrio chino al finalizar la prórroga de un tercer tiempo, celebrando la primera Copa que trajeron a casa. Desayunó abundantemente, bajó al kiosco y pidió, como cada viernes, el Noticias.
-Hoy hablan de ti –le dijo “el periodista”-.
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