Todos y cada uno somos la base de esta imagen del rugby y de sus variantes geográficas menores –no podemos dejar solos a los All Blacks en esta labor-. Pero es sabido que cualquier marca se basa en algo, si queremos que alguien –desde una determinada sociedad hasta un patrocinador- nos proporcione recursos para alcanzar objetivos, debemos dar “algo” a cambio: el rugby. El rugby se ha construido a partir de sus valores fundamentales pero se sostiene en las personas que cada día se los trabajan en todos los niveles. Éstas son las que tienen que transmitirlos siempre, un rugbier –incluso el seguidor en la grada-, tiene que ser “el espíritu del rugby hecho carne”, lo que es, por desgracia, muy difícil, quizá cada vez más difícil.
A partir de estos elementos podemos planificar en nuestros respectivos niveles, trabajando para alcanzar la diferenciación y el posicionamiento de nuestro colectivo o club en el mercado en que nos toque actuar, generando sintonías con los otros, confianza, credibilidad... y realizando las acciones de promoción de nuestro deporte que vayan a ser aceptadas y seguidas por aquéllos a los que queremos “vender” el rugby. Sin rugbiers auténticos sólo hay un deporte más, en el que se pegan detrás de un balón raro, bajo unas reglas incomprensibles, hasta alcanzar un resultado que importa poco, antes de emborracharse y molestar a los vecinos.
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