Ni
patrias ni matrias merecen que Georges (Brassens, claro) o yo saltemos de la
cama. Sobre todo porque la cama con mi amante tiene todas las fronteras
necesarias. Me gustan más los aplausos
que los silbidos y creo que quienes silban lo hacen porque pueden aquí y ahora,
en otro tiempo en otro país no pudieron, no podrán. No me gustan las agresiones
siquiera metafóricas de banderas de colorines en horrenda combinación contra
banderas de colorines en horrenda combinación. La machacona publicidad del
snobismo oprimido tampoco merece mi respeto, no digamos la agencia de viajes
para presos asesinos que se impone a los deudos de sus víctimas, aunque tampoco
aprecie las virtudes de la monarquía de cuplé y naftalina que se mantiene por
imperativo legal y que se podría quedar en el armario con su corte de polillas.
La escalada de agravios –y tú más-, sólo demuestra que la brutalidad es el
máximo común divisor humano. A mí los clubes de fútbol me parecen siempre menos
que un club, me recuerdan a los animales que van al frente de las manadas de
cebras hacia donde su instinto
irracional les lleva y arrastran al resto de cuadrúpedos y, sin embargo, once
contra once en la cancha y por un balón a veces es deporte, a veces espectáculo,
a veces. O sea que no abonen el campo con excrementos de patrias o de matrias,
que la hierba no va a estar más verde por ello.
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