La temporada nos está diciendo adiós. Las fases
eliminatorias de las distintas divisiones de la liga están llegando a su fin.
Los botes del balón oval han dejado a unos contentos y a otros menos como todos
los años. Faltan cerrar quizá algunos flecos en los despachos para saber con
certeza qué equipos jugarán en cada categoría aunque la experiencia dice que se
respetarán los resultados obtenidos en los terrenos y que no se exigirán
responsabilidades financieras.
La retórica apelación a los valores del rugby, fuera del
terreno, se quedará en eso, en una apelación. Tenemos que estar contentos de
que esos valores sigan viviéndose en las canchas pero no deberíamos
conformarnos con ello.
Filosofías aparte, por una vez la imagen de la semana nos ha
venido del fútbol, del balón redondo: ese niño interpuesto separando a dos
adultos enfrentados, entrenador y árbitro creo. Un hecho tan excepcional que la
oportuna imagen ha sido repetida hasta la saciedad y el niño ha alcanzado su
momento de fama ¿Y los dos adultos? Su conducta es demasiado común. Hemos
convertido la educación, el deporte es una herramienta de educación, en un
medio de inculcar los valores de los adultos en los niños y sin embargo, los
hechos de los adultos contradicen lo que se les dice a los niños. Y lo que es
peor, esas conductas de los adultos acaban imponiendo unos valores aberrantes
en sustitución de unos valores naturales, con independencia de la forma del
balón.
No hay más que ver a padres al borde del terreno. Padres
para los que es la conocida frase: “Si Ud. quiere un campeón en casa,
entrénese; mientras, deje que su hijo juegue y disfrute en paz”
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