Según se entra a la sala de máquinas de cierto polideportivo
guipuzcoano, a la derecha hay unas cintas sin fin, desde la inauguración parece
estar una fibrosa abuela maratoniana galopando sobre una de ellas, les siguen
las elípticas con sus bastones de esquí preparados para abrir una ceja al más
torpe de la clase y luego las bicicletas estáticas. Por la izquierda se sitúan
los potros metálicos inspirados en las salas de interrogatorio de la
Inquisición. A primera hora de la mañana los altavoces reproducen una antología
de éxitos de Madonna y sobre ellos solo de oye el mecánico golpeteo de los pies
de la veterana atleta local, mientras que Murray lee en su libro electrónico
que se apoya en el manillar de la bicicleta que soporta su cuerpo. Cuerpo
embutido, muy embutido, en una camiseta azul con el logo de la Rugby World Cup
2015 y los escudos de las veinte
federaciones participantes. Cuando Jon Galtzagorri, con la misma camiseta en
rosa, entra, se coloca en la elíptica de su lado y le saluda.
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Parece que Ordizia y Hernani han hecho sus
deberes en nuestra ausencia y empiezan bien esta liga.
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Las películas buenas empiezan con una explosión
y luego tienen que ir a más –Murray le contesta, abandonando su lectura pero
siguiendo en su rítmico pedaleo- ¿Tú también a sudar las calorías que hemos
traído de London?
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¡Qué remedio! ¿Cuándo has visto tú estadios con
escaleras mecánicas o ascensores para subir al gallinero? ¿Y fuentes
inagotables de cerveza al alcance de la mano sin apenas moverte del asiento?
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¡Algunos fuimos por el rugby! Y hubo rugby. A
pesar de que el campo era de las mínimas dimensiones reglamentarias en Wembley,
los Pumas lo hicieron grande, muy grande, pero los Kiwis no se dejaron comer.
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A los que se les atragantó el sushi fue a los
Springboks. Pero tienes razón con lo de Wembley, nunca he visto un área de
ensayo más pequeña en un partido internacional.
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