Rio Pisuerga a su paso por Astudillo (Photo credit: Wikipedia) |
Al despertarse, Murray advirtió el dulce olor de las
ventosidades de toda la noche en la furgoneta. Unos balones de rugby
deshinchados y unas botas de tacos añadían ambiente junto a su cabeza, así que
sumergió la nariz en la bolsa de equipaciones limpias que había recogido de la
lavandería industrial antes del viaje y entonces el gato maulló.
-
Moisés debe tener hambre –dijo Galtzagorri
tumbado a su lado y se incorporó para recoger el gatito de los viejos maillots
que se apilaban en el asiento del conductor-.
-
¿Moisés?
Habían parado la víspera a descansar un rato, huyendo de las
autopistas, en un pequeño parking junto a un río, quizá el Ródano, quizá el
Pisuerga, quizá otro, y allí Galtzagorri, a pesar de su hipoacusia, se empeñó
en que se oía maullar dentro de una bolsa de supermercado medio sumergida en la
orilla. Con suerte y un stick de hockey lograron rescatar al pequeño felino
vivo, sus hermanos habían tenido peor suerte.
-
¿Qué haremos con él durante el partido? ¿Y
después? Bien… si te lo quieres quedar, tendrás que llevarlo al veterinario
–Murray le dijo a su amigo, adivinando sus intenciones-.
Así Murray descubrió que existe en el culo del mundo el
veterinario de guardia, que no es barato y que tampoco da factura.
Por fin aparcaron lo más cerca posible del estadio.
Galtzagorri se bajó con el animal, minúsculo junto a sus bíceps, que el maillot
del Bera Bera dejaba al descubierto, mientras Murray preparaba su acomodo,
pensión completa, para las siguientes horas. El tipo que había dejado su coche al
lado dijo en voz alta a su compañero, mirándoles:
-
¿Te fijaste, boludo? ¡Parece un pumita!
Y Galtzagorri hinchó pecho con orgullo, en cierto sentido,
paternal.