Aquel ciudadano había salido de
una comida con sus antiguos compañeros del colegio -50 años desde que hicieron
el curso Preuniversitario o sea desde que tenían diecisiete años-, habían
intercambiado recuerdos, mentiras, recetas de cocina y de medicamentos… lo
normal en estos casos. El aperitivo previo, la comida regada con rioja, unos
gin tonics… hasta que el grupo más irreductible, ya anochecía, se había
disuelto. Y se quedó solo, solo como llevaba años, solo consigo mismo y con su
alopecia, solo con su insoportabilidad manifiesta ya que su ex había rehecho su
vida, su hijo no respondía más que con monosílabos a muchas millas de distancia
-no se acordaba si tenía ya nieto o no-, solo con su piso en el que cabía
aquella familia que fue, piso al que se tenía que dirigir solo, inevitablemente
solo. Se dirigió hacia la estación del tren, no había venido en coche a la
capital, se sentía en cierto modo en una zona de confort ni borracho ni sobrio,
andaba con paso firme, saludaba a los conocidos que se cruzaba en aquel sábado
de pequeña ciudad de provincias.
Un hombre solo (Photo credit: Wikipedia) |
Era el hombre, en aquel momento
era el hombre, no vio ningún otro hombre en el recinto, intentó meter la tripa
lo más posible y se miró en el espejo de detrás de la barra, su cabello
plateado estaba en su sitio, sus ojos azules brillaban, la sonrisa cínica
parecía funcionar, conservaba a base de gimnasio caro su musculatura de jugador
de rugby, a pesar de su edad estaba muy bien.
Para ligar hay que decir lo
primero que te viene a la cabeza, sin pensar, una tontería cualquiera te dice
qué temperatura tiene la piscina a la que te pretendes tirar -llevaba siglos
experimentando con éxito esta filosofía-, así que, después de pedir el último
gin tonic a la camarera, le dijo a la rubia a su lado:
-
¡Qué buena era Mari Trini ésta, fuera o no
lesbiana!
Y el silencio se hizo, se apagó
hasta la música, las dos chicas cogidas de la mano que se reían junto a la
columna fijaron sus miradas lánguidas en él, las que estaban en la mesa de la
derecha hicieron una mueca de desprecio… ¡Hasta la protagonista de aquella
serie infantil de una princesa guerrera parecía mirarle directamente a los ojos
desde la pantalla muda de la televisión del fondo!
No estaba borracho, así que le
pidió por favor a la camarera que no le sirviera la bebida, intentó encogerse
hasta desaparecer y salió por la puerta.
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