En marzo el suelo de las canchas de rugby está blando aún, salvo en las de
hierba artificial, los días se han alargado, los entrenamientos se hacen a
temperaturas más agradables y suelen comenzar con luz natural, la primavera
está ahí... jugar a rugby un fin de semana de
marzo es jugar partidos con trascendencia para el final de temporada ya que se
acerca el final de la liga regular y el descenso o la fase de ascenso están
ahí, a la vuelta de la esquina... es un mes de rugby intenso.
San Patricio el santo irlandés se suma al final del torneo de las VI
Naciones como todos los años, para dejar a Irlanda con la sagrada misión de
derrotar a Inglaterra e impedir que ésta se haga con el Gran Slam una vez más.
El brexit se nos haría menos duro, con una victoria verde.
Mientras que, a un nivel más bajo, la selección española tiene un partido
trampa ante los belgas en su camino hacia el mundial de Japón.
Y en Iparralde alucinan con el golpe teatral –y lo de golpe puede querer
decir inicio de una guerra también-, de la tentativa de fusión entre los dos
equipos de Paris, más difícil incluso que la tantas veces aplazada pero cada
vez más inevitable creación de un solo equipo para la eurociudad transfronteriza
que se extiende desde Baiona a Lasarte-Oria. El rugby profesional, de musculosos
soldados mercenarios, exige unos presupuestos que son imposibles de abordar sin
una base de intereses políticos y
económicos que den su apoyo financiero a este show-business en que se ha
convertido.
-
¡Que San Patricio nos coja confusionados en 2018! –dice Murray alzando una
pinta de cerveza negra en la mano a la belleza de ojos oscuros del otro lado de
la barra que se la acaba de poner-.
La moza impasible continúa haciendo el cierre de caja y deseando que el
último pelmazo salga por la puerta para poder bajar la persiana del pub.
No hay comentarios:
Publicar un comentario