-
Andar a caballo es como esquiar con unas tablas
que piensan –Amaia Aguirrezabala nos dice, rígida con el corsé que le sujeta la
lesión producida en una reciente caída ecuestre-, y mientras yo seguí recta por
el camino, mi cabalgadura decidió tomar un atajo a la derecha…
Como no puede
sentarse en la tribuna, le hacemos compañía al borde de la cancha desde
donde observamos el entrenamiento del
equipo de rugby local. Los jugadores repiten jugadas aprendidas con vistas a
los partidos de las fases finales de la temporada bajo las instrucciones del entrenador,
los que simulan ser los opositores desbaratan demasiadas veces el desarrollo de
la secuencia planificada y se corrigen posiciones, se acelera el ritmo, se
automatizan los movimientos…
-
El rugby tiene mucho de ajedrez, de
combinaciones estratégicas de fichas –prosigue Amaia que se cayó de pequeña en
la marmita familiar del rugby-, pero
fichas con cerebro humano. No soporto esos partidos en que cada entrenador
coloca sus fichas en función de su estrategia preconcebida y exige a los
jugadores permanecer descerebrados. La riqueza del juego está en las
improvisaciones del que juega el balón en cada momento y las improvisaciones se
pueden entrenar, se deben entrenar. El jugador, sobre todo el que está en la
columna vertebral del equipo, debe adquirir en el entreno los cimientos sobre
los que construirá la inspiración, el movimiento desestabilizador del equipo
contrario, salirse del corsé del plan...
-
Es el miedo al error el que nos retiene muchas
veces –dice Galtzagorri que observa a su hijo aguantar un chorreo del
entrenador por algo que se nos ha escapado desde nuestro sitio-.
-
Un partido sin errores acabaría en tablas –dice
Amaia-, como una partida perfecta de ajedrez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario