- Dinosaurios,
zombies, alienígenas y demás vampiros requieren siempre de los
idiotas que los liberan al principio de la películas, de los
protagonistas que salvan el gatito al mismo tiempo para que te puedas
identificar con ellos durante el desarrollo, de la repelente niña
celestina – dice el Marqués de Altamira, caminando todos en fila
india por la sombra, a la salida del cine pueblerino en el canicular
mediodía francés -, y de un final abierto para que el productor
pueda encargar una secuela idéntica.
En estos tiempos en
que ir al cine es un acto de militancia cultural, el criterio
colectivo lo suelen formar la Marquesa de Altamira y Galtzagorri, con
lo que la cuadrilla de amigos suelen compartir sesiones de películas
que luego aspirarán a los Goyas, a los Césars o al Petardo Europeo
del año, como decía el difunto Murray, más que a un Oscar a los
efectos especiales, pero un error de coordinación en el viaje
gastronómico cultural les ha dejado abandonados en una pequeña
bastida de la Diagonal del Vacío, después de haber comido a las 12
del día, junto a una sala de cine con aire acondicionado, así que
valerosamente se han metido a las 14,15 a ver un producto de
Hollywood, versión original subtitulada en francés aunque no hacía
ninguna falta.
Mientras esperan al
transporte programado en el bistrot abierto, después de desesperar a
la becaria que les ha atendido con todo el posible abanico de cafés
que se puede pedir en grupo, se habla de rugby, de cine y de vida,
los smartphones en el bolsillo que es su sitio cuando se está a
gusto.
- Las secuelas
interminables me suelen recordar a esas veces que te tropiezas con un
amante anterior y durante unos días, unas semanas, vuelves a
follártelo, a revivir sensaciones, a llevar una doble vida intensa,
a la aventura... pero, no sabes cómo, la relación vuelve a
evaporarse, a congelarse, a caer por la cascada de la que solo se
sale vivo por necesidades del guión y te encuentras otra vez en la
vida de todos los días.
La descripción que
ha hecho la actual señora de Hiruntchiverry ha producido un pequeño
silencio en el patio sombreado del local de hostelería donde el
grupo se encuentra instalado.
- Hay quien tiene
vidas que parecen argumentos de películas – comenta Hiruntchiverry
sonriente-.
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