Al despertarse, lo
primero que Ken pensó fue en matar a Barbie. La vio roncando, los
hedores del alcohol pegados al cuerpo, con la blanda almohada medio
cubriendo su cara y, fue una centésima de segundo, el pensamiento de
llevar la almohada hasta su nariz y sostenerla allí pasó por su
mente. Inmediatamente se dirigió al bano.
Kermen Navarro era
conocido por Ken por su cuadrilla de amigos y, lógicamente, a su
novia le llamaban Barbie, llevaban casados menos de un lustro y
viviendo en aquel pueblo gris y depresivo de ella, lo de viviendo era
una forma de decirlo, según Ken, era un pueblo de tabernas y
tabernas, la vida era beber en una tasca, pasar a otra y beber, beber
en la siguiente y así hasta que había que cenar algo en una de
ellas, en una de sus mesas brillantes de tanta grasa y trapo
grasiento pasado para extenderla a guisa de mantel, para luego seguir
bebiendo hasta que las piernas vacilantes te llevaban en un
inevitable slalom de tropezones y nauseas hacia la cama.
La noche anterior,
pretextando que tenia que levantarse temprano el domingo, era ya
domingo por la mañana, Ken se había escapado, dejando a Barbie,
después de la cena y esta volvió a una hora determinada, se enteró
porque ella le mordió, baboseando, la oreja al acostarse, siempre
que regresaba borracha, y esto era cada vez mas frecuente, le mordía
la oreja haciéndole casi llorar, debía ser la forma de demostrarle
cariño.
Ken acabó de mear,
una larga meada silenciosa para no despertarla y la olió, hay perros
que detectan el cáncer oliendo la orina había leído, pero él solo
olía a sidra y calamares fritos pensó. Maniobró con el pulsador
para no hacer ruido al dejar correr el agua y que se llevara lo mas
posible.
Preparó
cuidadosamente el desayuno para los dos y tomó el suyo, dejando el
de ella cubierto. Luego se duchó y se vistió con la ropa que había
dejado en la entrada con la bolsa de deportes pero la bolsa había
desaparecido, la buscó por toda la casa en silencio, incluso pensó
en despertarla, pero no lo hizo, reflexionó dónde ella la habría
metido en su delirio al llegar a casa, abrió la puerta y allí
estaba en el descansillo, el perro de la vecina no había meado aun
en su borde. Las amas de casa vascas ya preparaban las comidas
dominicales y las escaleras se iban llenando de aromas culinarios
diversos.
Al montarse en la
moto, saludó a la panadera de la esquina, otra Barbie pero ésta era
la Barbie trabajadora, a todas horas, todos los días, impecablemente
puesta y ocupada en su negocio, el único abierto en el barrio, la
apertura de los centros comerciales había cerrado todo el comercio
que antes hubo. El olor a pan recién hecho le acabó de espabilar,
la panadera le acercó sonriendo un pequeño croissant.
Llegó al campo de
rugby, olor a rio sucio, fabricas y hierba mojada, y empezó a
preparar el material para los chavales y chavalas de la escuela, era
un día gris pero no llovía, hoy vendrían un par de docenas a pasar
la mañana del domingo antes del partido de los mayores. Pensaba
ensimismado en la historia de la Barbie divorciada, que se quedaba
con la casa de Ken, el coche de Ken, la pensión de Ken, los hijos de
Ken, bueno, ellos no tenían hijos... y fue haciendo una
clasificación de todas las posibilidades que tenia de eliminar a
Barbie definitivamente. Mientras, puso balones, petos de colores,
conos de plástico, colchonetas, escudos… por el terreno y cuando
acababa empezaron a llegar algunos padres y madres.
- !Qué buen aspecto
tienes, Ken! -Le dijo una Barbie superficial, vestida de “running”
hortera-. Se nota que Barbie te cuida estupendamente.
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