Con H de humanidad, de valores humanos. Se ha escrito varias veces que las curiosas porterías de nuestro deporte representan precisamente esa identificación desde su inicio pero eso me resulta tan increíble como que el balón oval se posa a sus pies como metáfora de la semilla de la vida colectiva –el mate que antes tomó el que lo dijo debía de estar especialmente cargado-.
El texto del actual presidente de la Federación Guipuzcoana que publicamos la semana pasada, sin embargo, debe servirnos de toque de atención sobre aspectos que siguen siendo esenciales en nuestro deporte y que sólo recordamos fuera del fragor de la competición.
El domingo pasado cuando acababa el partido un señor de edad avanzada a mi lado en la puerta del estadio comentó: -¿Qué van aprender estos chicos no oyendo más que hijoputa? No me había dado cuenta siquiera de las imprecaciones que en un partido normal y sin especial tensión se dicen pero... se dicen. Y nos parecen normales e inevitables durante el partido de rugby. Aunque sepamos que la agresividad verbal despeja el camino a la agresión física, que se ataca a quien primero se ha injuriado. No pretendo un comportamiento angelical de jugadores y espectadores, sólo destacar esta contradicción.
El hombre se diferenció de los demás primates cuando dejó de ser herbívoro y empezó a cazar. La caza requirió la organización del grupo y la comunicación, así nació posiblemente el habla, el planteamiento, la estrategia etc. y se desarrolló su cerebro. Nuestro deporte es también caza incruenta –el hombre cuando dejó la caza necesaria se convirtió en un asesino de especies-, tanto como sustituto de la guerra por territorios. Y el hombre evolucionó a más hombre con ese truque de la violencia en juego ¿Queremos volver a la h que nos hermana como espectadores y como jugadores?
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