Solemos decir que el estadio Jean Dauger de Bayona tiene un
ambiente enorme. Llegar a sus cercanías con la multitud de seguidores
engalanados para cada ocasión, las Peñas cantando como orfeones mientras sus
socios apuran las cervezas en las barras montadas junto a las gradas, las
familias juntas con la emoción del inminente partido y conviviendo con los
seguidores del equipo visitante hasta que llega el último himno antes del
pitido inicial, todo el estadio ensalzando al rugby, al Aviron, a Bayona... con
una sola voz, las lágrimas en los ojos y Pottoka, la mascota, caracoleando
incansable por todas las bandas.
Por desgracia empieza el partido y el Aviron no existe como
equipo, el Racing Metro les pasa por encima todas las veces que el pésimo
arbitraje les deja, las figuras que ha adquirido el equipo local se ausentan
mentalmente de la cancha y la falta de implicación de algunos es evidente pero
sólo hace falta que el pateador acierte un poco, que los delanteros –se vaciarán
los 80 minutos-, se hagan con el balón por su empuje, que el Curro Romero de
Nueva Zelanda pegue con el oval en la mano media verónica... para que ese público
baje sentimental y sonoramente a empujar a sus colores blancos y celestes de
forma tan inútil como impresionante.
La salida es triste pero se aplaude al rival, los seguidores
se aferran a sus galas del partido, las Peñas cantan mustias canciones –al menos
ahora suenan más mohínas-, las cervezas no consuelan a nadie, las familias se
retiran y los niños saben por sus padres que el Aviron volverá a ganar y que si
no gana es nuestro y hay que estar con él siempre, los visitantes son felicitados
en su alegría y se desbordan por las viejas calles detrás de las murallas que
fueron militares, Pottoka y algunos jugadores se hacen fotos con los más
pequeños.
Allez, allez les
bleus et blancs...
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