sábado, 5 de enero de 2013

LA REBELION DE LOS CIPAYOS


-Flashy esta gente tiene un problema –Me dijo “El chapas” eructando, después del control de alcoholemia en que yo, como conductor de su coche, había soplado-, y tarde o temprano se tienen que rebelar.
Dejábamos atrás el control de la Ertzaintza y yo le llevaba a su casa, después de la cena de veteranos, por una carretera vizcaína sinuosa y resbaladiza, dado que iba a dormir en su habitación de invitados y a cambio me había tocado de chófer resignado y abstemio.
-Flashy es nuestra policía, más necesaria que cualquier otra institución –Mi compañero era funcionario en alguna oficina foral que al parecer duplicaba servicios del Gobierno Vasco-, y, sin embargo, un tercio de la población rechaza la Ertzaintza, ese tercio de ciudadanos que acata la policía de ETA, la ley de ETA, la justicia de ETA…  y ninguno hacemos nada para poner remedio o sea que o se rebela la Ertzaintza o será la inútil policía de una parte de país, si un país parcelado socialmente se puede llamar país ¿Verdad Harry?
Nos faltaba un rato para llegar y yo había perdido la esperanza de que se durmiera, así que le escuchaba resignado.
-Éramos jóvenes en aquellos tiempos de la rebelión de los cipayos, Lanza Sangrienta, y luego nos acomodamos.
-La campaña de la India fue hace casi 200 años y no había muchos vascos en ella que yo sepa. Aunque alguno habría, seguro. En los libros de Harry Flashman al menos no sale ninguno –No sé por qué intenté razonar-.
- Pero en este pequeño país nos acomodamos, entregamos a los thugs lo que ellos querían en educación, en cultura, en lengua… hasta los payasos son de los thugs, de los thugs autóctonos… ¡Que Kali los maldiga y no les deje renacer!
Y se quedó dormido. Luego no hubo forma de sacarlo del coche, así que bajé unas mantas al garaje y lo tapé mientras le preparaba unas sopas de ajo. Se las tomó en el coche y pudo subir por su propio pie hasta la cama. 
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