Bajo el viento, la lluvia y sobre el barro –excepto en
Altamira-, nos vamos acercando al fin de la temporada, nuestros dos primero
equipos tienen partidos complicados este fin de semana, mientras que el
aspirante donostiarra al ascenso descansa antes del último escalón a superar y
las ligas vascas han entrado en otra fase. Queda, por tanto, mucho rugby a XV
para jugar, porque de jugar se trata.
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Más duro que jugar a rugby con 72 años es dejar de
jugar –se dice en un reportaje que estos días está siendo viral en las redes
sobre el incombustible pilier madrileño Juan Brotons-.
El rugby es juego. Esta idea lúdica que prevalece en el nivel
aficionado y sobre todo en las categorías senior más inferiores no se debe
perder. Cuando el rugby se convierte en un trabajo, en una profesión, se añade
un componente que hace peligrar la esencia de este deporte, aunque siempre se
puede oír:
-
Hago lo que más me gusta, jugar al rugby, y además me
pagan por ello.
Pero el profesionalismo exige estar en condiciones cada fin
de semana de garantizar un espectáculo, porque sin espectáculo no hay dinero,
pero además el espectáculo lleva a la necesidad de la victoria y al final...
nos encontramos con la rutina de la representación, en la que los trabajadores
del espectáculo llevan su papel bien aprendido, no se salen del guión y
disciplinadamente dejan su propia creatividad en el vestuario. Y la diversión
depende del talento del entrenador.
La opereta no está mal –este año Mariano (de Luis) nos vamos
a hartar-, pero es el rugby-jazz, en el que se improvisa a partir de una buena
base, el rugby que los espectadores
agradecen que sus equipos les ofrezcan, al menos para acabar la temporada.
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