English: Bull with banderillas, Plaza de Toros Las Ventas, Madrid, Spain. (Photo credit: Wikipedia) |
Hacía
años que no iba a los toros, a una corrida de toros. Y he ido a tres seguidas,
creo que las últimas de mi vida en la que supongo que ya habré asistido a más
de trescientas. No me acuerdo de la primera vez que fui a una plaza de toros,
supongo que sería la del Chofre que estaba situada junto a mi casa y a la que los
de la familia accedíamos gratis con entradas que nos obsequiaba el conserje del
recinto casi siempre y a veces una conocida familia donostiarra que está en el
negocio de los toros desde hace generaciones.
El
patio de caballos, la enfermería, el quirófano, la capilla, los corrales… los
visité algunas veces y pasé miedo al recorrer los pasillos de madera con
puertas de guillotina que conducían inevitablemente al chiquero y de allí al
ruedo, todo con los sentidos aguzados, no creyéndome del todo que no hubiera
peligro.
Tardes
de toros con sol, tardes de toros con lluvia, tardes con triunfos, tardes con
broncas, toros desollados, toros devueltos a los corrales… nunca me planteé con
siete años que hubiera otra vida que mereciera ser la vida que no fuera la de
torero -los reyes magos me trajeron
capote, banderillas, montera…-, y las clases de toreo de salón con el tío
Onofre eran la gloria.
Así que hasta que derribaron el Chofre no
dejé de ir a los toros pero alguna vaquilla ya me había quitado toda gana de
ser torero –años más tarde repetí la tontería en una fiesta y los moratones
disuasorios me recordaron mi torpeza taurina-. Sin embargo, Pamplona, Bilbao,
Bayonne, Tolosa, Azpeitia… estaban cerca
e íbamos mi mujer y yo los tres primeros años algunas veces, hasta que el
aburrimiento nos hizo dejarlo durante un tiempo, quizá diez años. Nuevo
enganche al pasar por Valladolid una tarde de feria y otra vez unos años de
corridas por esas plazas de toros hasta un nuevo parón. Por fin se inauguró
Illumbe y saqué un abono doble el primer año pero me aburrí enseguida, algunas
invitaciones me llevaron a unas pocas más corridas y lo fui dejando imperceptiblemente
hasta 2014, supongo que hace como ocho o nueve años que no había estado en los
toros, aunque seguía mirando las noticias y las imágenes que cada vez me
parecían más absurdas e injustificables.
Creo que he vuelto a los toros para buscar
algo que los justifique y que me justifique por haber disfrutado durante tanto
tiempo de la muerte. No lo he encontrado. No existe justificación para criar un
animal -el toro de lidia es un producto industrial que carece de sentido si no
hay corridas de toros-, un ser vivo al que luego se le hace sufrir, es mentira
que el toro no sufre cuando es limado en sus pitones, deslomado en los
corrales, apuñalado con la divisa, picado con las puyas, banderilleado con esas
concertinas de colores y la espada le busca la muerte con más o menos torpeza entre
sus costillares, las reacciones del animal evidencian siempre su sufrimiento y
su miedo.
Y todos los juegos humanos con toros son
crueles, se desarrollen en calles o no acaben con la muerte pública o se guarde
al animal para que repita una y otra vez su actuación de pueblo en pueblo. El
cornudo que embiste para la diversión humana tiene miedo del hombre, de él le
viene el dolor desde que nace, el hombre lo ha sacado del campo y lo ha llevado
a la locura de sus ritos de sangre.
La caza “deportiva” me parece peor quizá. Matar
animales por proteínas tiene sentido –no somos vegetarianos naturalmente-, pero
matarlos por exhibir la superioridad de una mira telescópica y un rifle es una
maldad que retrata al mono mal evolucionado que es la especie humana.
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