Se despertó sin
necesidad de alarma aquel sábado. Su legítima roncaba acompasadamente en un
tono medio a su izquierda. Decidió que no merecía la pena despertarla y le dejó
un imperceptible beso sobre la franela del pijama de su hombro. Se incorporó
suavemente notando la molestia en la espalda que le recordaba aquel ensayo en
el Central de la Universitaria. Empujado
por el Anestesista y el Lubina rompió la defensa contraria que le aplastó
confirmando con todo su peso la indudable marca que les hizo ganar aquella
final. Buscó las zapatillas a obscuras en la fría tarima. Le espabiló del todo
una punzada en el tobillo izquierdo, siempre que se le enfriaba el pie el
peroné se quejaba. Fue en el Landare de Hernani, se había formado el negro
barrizal habitual que el equipo local aprovechaba para bloquear el juego en la
delantera. Tenía ya el cuello como un alfiletero por las continuas melés
pitadas, advirtió que el nueve contrario repetía una finta por su lado llevando
el balón preparado para el pase después de cada melé, así que en la siguiente
se deshizo de la sujeción del Anestesista y del Mofeta -que jugaba de flanker distraído-, y recogió
el oval de las manos del adversario como un regalo y entró en la veintidós,
percutiendo contra el ocho y girando para pasar a su inexistente apoyo. La bota
izquierda se le clavó en plena torsión y oyó el chasquido del hueso. Pero
aquello había pasado hacía tantos años que con un poco de agua caliente en la
ducha se le pasaba inmediatamente. La cicatriz en la rodilla donde la espuma
del gel formaba una trenza blanca le solía molestar más cuando hacía algo de
ejercicio para mantener el volumen de la barriga dentro de un límite aceptable.
Los ligamentos le saltaron en un pedregal aragonés donde jugaron una repesca forzada
contra aquellos valencianos que luego ascendieron injustamente a su costa. Con
el Lubina que era su pilar estaba levantando al Anestesista para que atrapara
el balón que el Burro había lanzado desde la banda en medio del alineamiento,
cuando una mano ilegal le privó del sostén del pie izquierdo y su rodilla
derecha no pudo soportar la carga que se le vino encima. La operación también
fue un éxito. Desayunó abundantemente y buscó la bolsa que había dejado en el
armario del hall hacía ya dos semanas
cuando el Polilla le había llamado para el torneo de veteranos.
-
¡Aitá cómo hueles!
La niña se había
levantado y arrugaba su hocico ante el olor a linimento que desprendía su
padre. Tenía la costumbre de darse una primera fricción en casa por todos sus
puntos sensibles y la segunda en el vestuario antes de ponerse vendas, faja y
protecciones. Después de acompañarle al
baño, la acostó de nuevo. Y siguió buscando la bolsa en el armario. Tenía el
protector bucal en el bolsillo del chándal y el botiquín en el baño pero ni
rastro de la bolsa. Reunió valor y le preguntó a la santa que se había puesto
la almohada sobre la cara, como invitando al parricidio.
-
Miiiieeerda...
Ella dijo entre
dientes. Así que él se dirigió al armario de la izquierda del dormitorio donde
estaban sus cosas y allí estaba la bolsa con toda la equipación limpia,
planchada y ordenada –al contrario de lo que él había dejado quince días
antes-.
Sintió en el
estómago, al llegar al campo, una tormenta sentimental inevitable cuando les
vio de nuevo Anestesista, Burro, Mofeta, Polilla, Oso... más calvos, más
gordos, más viejos en resumen pero como siempre, siendo equipo. Había algunas
ausencias, algunas bajas definitivas, pero como siempre, siendo equipo. Y una
lágrima o dos bailaron por la vista del veterano.
(Cualquier parecido
con la realidad es mera coincidencia) 23 de marzo de 2007.
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